THE OBJECTIVE
Aurora Nacarino-Brabo

Amor de los arrabales

Un cuento de Borges, “Simulacro”, narra la historia de un tipo que, en la Argentina de 1952, vagaba de pueblo en pueblo, acarreando una muñeca rubia y un ataúd de cartón con los que escenificaba el funeral de Eva Perón. El enlutado comediante se situaba junto al precario féretro, rodeado de velas y flores, y representaba el papel de viudo estoico, estrechando la mano de las desconsoladas viejecitas y los alucinados muchachos que se acercaban a darle su pésame sincero. “Era el destino. Se ha hecho todo lo humanamente posible”, gimoteaba entonces Perón.

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Amor de los arrabales

Un cuento de Borges, “Simulacro”, narra la historia de un tipo que, en la Argentina de 1952, vagaba de pueblo en pueblo, acarreando una muñeca rubia y un ataúd de cartón con los que escenificaba el funeral de Eva Perón. El enlutado comediante se situaba junto al precario féretro, rodeado de velas y flores, y representaba el papel de viudo estoico, estrechando la mano de las desconsoladas viejecitas y los alucinados muchachos que se acercaban a darle su pésame sincero. “Era el destino. Se ha hecho todo lo humanamente posible”, gimoteaba entonces Perón.

No bastaba con un funeral, Evita merecía ser llorada muchas veces y aquel teatro bizarro hacía las veces de justicia circular y eterna. Algo parecido sucede con Imelda Marcos, que, como el Perón interpretado, regresa cada año a llorar ante el ataúd de su difunto esposo, muerto en 1989, del que resta una momia cérea que bien podría ser un muñeco.

Decía Borges que esta exhibición sentimental de lo fúnebre era distintiva de un lugar y una época irreales, acaso tan irreales como la Filipinas de 2016. La muerte sigue siendo objeto de impúdica jactancia, pero también lo es su reverso dichoso. La felicidad privada ha de hacerse pública para ser plena, del mismo modo que las lágrimas parecen más sufridas cuando hay otros para mirarlas. Lo que va del óbito privado al multitudinario y de la alegría personal a la publicitada es lo que media entre el sexo y el porno.

Ayer nos enteramos de que Alberto Garzón se va a casar. Compartió los pormenores de la pedida de mano en su cuenta de Instagram, que enseguida se le llenó de corazones y parabienes, como se le llenaba el funeral de flores y pésames al Perón de pega. Acompañaba la buena noticia con una fotografía de sus pies desnudos junto a los de su novia prometida.

El Perón macabro, la Imelda viudérrima y los descalzos apéndices de Garzón son los actores inmortales de una exhibición necesaria, en sacralizada comunión con el pueblo, que siempre es irreal, pero que no puede cesar. Todos ellos “figuraron, para el crédulo amor de los arrabales, una crasa mitología”.

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