THE OBJECTIVE
Miguel Ángel Rodríguez

Los trolls de la política

La revista Time publicó la última semana de agosto un interesante artículo sobre la invasión del odio en Internet («Tyranny of the mob»), escrito por el periodista Joel Stein, a quien se suele definir como controvertido solo por esa característica, me gusta más.

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Los trolls de la política

La revista Time publicó la última semana de agosto un interesante artículo sobre la invasión del odio en Internet («Tyranny of the mob»), escrito por el periodista Joel Stein, a quien se suele definir como controvertido solo por esa característica, me gusta más.

La tesis no es una rareza que únicamente les ocurra a los norteamericanos: en todo el mundo estamos perdiendo Internet porque los trolls inseminan odio, mala educación y estupideces a cada segundo, jaleados por una multitud vulgar que cree que reventando el Sistema nos haremos más fuertes.

Este verano, alguien anunció que dejaba Twitter porque «se ha convertido en un club de borrachos», y otros más anularon sus cuentas porque no soportaban la persecución de los trolls, el mal gusto y las necedades.

En el artículo de Time, otra periodista, Lindy West, se lamenta porque «una vez que se ha conseguido una plataforma democrática para que todo el mundo pueda hacerse oír, resulta que nos sentimos acosados y pedimos que se vuelva a apagar»…

Entonces, pensé en la política española y los nuevos fichajes que han aparecido en nuestra sociedad desde hace tres años y que han convertido el Congreso de los Diputados y las plataformas de debate político en un circo vergonzoso, jaleados por mediocres que dependen de la audiencia para llenar sus cuentas corrientes, y que también piensan que reventando el Sistema nos haremos más fuertes.

Los nuevos actores de la política española han confundido conseguir una multitud (mob) de seguidores, con practicar el acoso (mobbing) a quienes no les aplaudan. Y se dedican a esto último: no les importa tanto que les voten, como insultar a quienes no les votan. Y unos indecentes programadores de televisión entienden que así hay que vivir en España.

Insulto tras insulto, descalificaciones vacuas detrás sandeces incalificables, griterío de gentecillas que normalmente no deberían tener acceso a la tribuna de oradores y propuestas tan excéntricas como alucinantes llenan los espacios políticos en una España rota, en crisis económica, social e institucional, que necesita ser gobernada por políticos de altura pero que se encuentra con esta vaciedad diaria: desde los programas de debate matinal en las televisiones y en las radios, hasta la mayoría de articulistas de los periódicos, pasando por un Congreso de los Diputados que los nuevos fichajes, esos articulistas y las televisiones han decidido tener cerrado desde octubre de 2015.

Los nuevos fichajes del Congreso de los Diputados son los trolls de la política española. Viven del postureo, confunden táctica con tacticismo y estrategia con estratagemas. Están arruinando España.

El socialista Sánchez se ha permitido pasarse el verano de playa en playa gritando «no a todo»; el bolivariano Iglesias ha desaparecido increíblemente dos meses mientras enviaba tuits banales; el engreído Rivera se ha creído Kennedy mientras manda a sus vasallos a decir barbaridades… Entre todos se han cargado las mínimas bases de convivencia: inseminan odio, mala educación y estupideces en cada declaración, como los trolls que Stein denuncia en Internet.

Cierto que la política española había caído en la dejadez: la corrupción ha aniquilado la confianza del pueblo en sus representantes. Pero si el cambio son los trolls, habrá que encontrar un recambio, porque estos nuevos no valen.

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