THE OBJECTIVE
Roberto Herrscher

Esclavas sexuales coreanas

Este año tuve el gusto y el privilegio de prologar un libro de jóvenes cronistas latinoamericanos: Pequeñas batallas, grandes historias. El primero y uno de los más impactantes era el perfil de una anciana de Corea del Sur, víctima en su juventud del repugnante sistema del ejército japonés en la Guerra Mundial: internarlas en edificios de violación masiva como esclavas sexuales para servir a las tropas invasoras.

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Esclavas sexuales coreanas

Este año tuve el gusto y el privilegio de prologar un libro de jóvenes cronistas latinoamericanos: Pequeñas batallas, grandes historias. El primero y uno de los más impactantes era el perfil de una anciana de Corea del Sur, víctima en su juventud del repugnante sistema del ejército japonés en la Guerra Mundial: internarlas en edificios de violación masiva como esclavas sexuales para servir a las tropas invasoras.

Gil Won “tiene una voz aguda, con un tono tan bajo que exige escuchar con esmero. Cuando canta, el cuerpo diminuto de Gil se erige con firmeza y parece más alta. La expresión de su rostro se amolda a las letras de las canciones, que en su mayoría hablan de historias de amor rotas por una guerra y la pasión de los enamorados al reencontrarse”.

Así comienza el texto de la periodista venezolana Melissa Silva Franco. La señora Won, que encuentra una extraña alegría en el canto, quiere que Japón acepte su culpa. Que le pidan perdón. Que entiendan lo que hicieron. Que su tragedia no se repita.

Esta señora alegre y vital se recuperó de la dura herida de su cuerpo violado, y de la más dura aún del rechazo de sus connacionales y vecinos: ella y las otras víctimas eran vistas como culpables, manchadas. Los hombres no querían casarse con ellas. Las mujeres murmuraban a sus espaldas o abiertamente. ¿Quién entiende la dimensión de lo que les pasó?

Ahora, después de mucha presión de la asociación de estas mujeres valientes y del gobierno coreano, las autoridades de Japón pusieron precio a su sufrimiento. Les ofrecen 100 millones de wones –90.000 dólares– a las vivas, y a las familias de las fallecidas 20 millones –18.000 dólares.

Según el cable de Reuters, “muchos surcoreanos creen que su gobierno se conformó con poco en la negociación y que Japón todavía no ha reconocido la responsabilidad legal por las atrocidades cometidas durante su ocupación colonial de la península coreana, de 1910 a 1945”.

Hasta ahora, seis de estas mujeres (entre las que probablemente se encuentra Gil Won, por lo que la conozco en el perfil de Melissa Silva), se negaron a recibir el dinero. A que de esta manera se considere saldada la deuda, olvidada la ofensa. Mientras el gobierno japonés sigue negando que esto sea una masiva violación a los derechos humanos, mientras miles de japoneses sigan manifestándose con insultos y agravios cada vez que Gil Won y otras víctimas viajan a la isla a presentar su caso, el dinero no comprará su silencio ni su olvido.

En una dignísima y tranquila protesta, quieren que la violación termine de una vez.

 

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