THE OBJECTIVE
David Mejía

El caso Juana Rivas es el caso Irene Montero

«El indulto parcial de Juana Rivas revela que el Gobierno de coalición demuestra poco recato para emplear esta figura excepcional»

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El caso Juana Rivas es el caso Irene Montero

La ministra de Igualdad, Irene Montero. | Joaquin Corchero (Europa Press)

Ya no importa lo que sentencie un juez de primera instancia, ni lo que ratifique el Supremo. Solo importa lo que piense Irene Montero; si Irene Montero considera que Juana Rivas es inocente, lo que hayan decidido los jueces, tras escuchar los testimonios y estudiar las pruebas del caso, es irrelevante. Ya no existen las sentencias firmes; toda sentencia es flácida hasta que la estampille Montero.

Hubo un tiempo en que la justicia se representaba con los ojos vendados para simbolizar su imparcialidad. La Justicia ideal era ciega ante las apariencias; no entendía de razas, sexos, géneros ni números. Ese tiempo pasó. La Justicia ahora necesita perspectiva, retirarse el antifaz para que la teoría de género ilumine sus decisiones, siempre que estas decisiones coincidan con las de la prescriptora imperial.

A la ministra de Igualdad hay que agradecerle que exhiba su despotismo tan impúdicamente. Sus declaraciones tras la concesión del indulto parcial a Juana Rivas no daban lugar a equívoco: las leyes eran malas y los jueces que las aplicaron, peores; y a ella, con el Gobierno a cuestas, le corresponde enmendar sus decisiones.

Sin embargo, pese a renegar de la retórica despótica de Montero, celebro el indulto; pienso que es lo que tenía que hacer. Si alguien está en deuda con Juana Rivas, son Irene Montero y sus adláteres mediáticos. Ellos la empujaron a cometer un delito. De no ser por su apoyo envenenado, Juana Rivas difícilmente habría aguantado el pulso. La animaron a desoír a los jueces y a huir de las autoridades cuando se dictó la orden de busca y captura contra ella. Finalmente, fue detenida y condenada por sustracción de menores.

En su ingenuidad, es probable que Irene Montero piense que estos gestos la acercan a la gente, cuando lo único que hacen es distanciarla. La arbitrariedad es la costumbre más despiadada de un líder, la más totalitaria, porque pone de manifiesto su superioridad para reescribir a conveniencia las normas comunes. Su arbitrariedad manifiesta nuestra condición de súbditos.

Pero la actitud de Montero es la habitual en Podemos: la Justicia acierta cuando condena a Francesco Arcuri, pero yerra cuando condena a Juana Rivas, como yerra cuando condena a Echenique pero acierta cuando condena a Bárcenas. No a todos sus condenados pueden indultarlos, pero a la mayoría han podido emplearlos. Un condenado afín a Podemos siempre es una víctima. La Justicia existe para condenar al resto.

Pero el indulto parcial de Juana Rivas revela algo más: el Gobierno de coalición demuestra poco recato para emplear esta figura excepcional. Una figura que le otorga un poder omnímodo para deshacer las decisiones judiciales, es decir, para someter a los poderes del Estado que tienen la obligación de controlarlo. Esta espiral debe preocupar a todo aquel que le preocupe la democracia.

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