THE OBJECTIVE
Miguel Ángel Quintana Paz

Test veraniego: ¿qué tipo de hereje eres?

«La moralidad, incluida esa versión degradada suya que es la moralina, campa cada vez más a sus anchas por redes sociales, medios, parlamentos»

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Test veraniego: ¿qué tipo de hereje eres?

Lawrence OP (Flickr)

Reconozco que uno de mis grandes divertimentos infantiles llegaba con el verano.

Era entonces cuando la chica que cuidaba a mi hermana y a un servidor (Mini, se llamaba, abreviatura de Herminia) compraba el número especial de la revista Súper Pop. Tal publicación incluía entonces un Supertest especial: el Test de Verano de la Súper Pop. Mini tenía unos 17 años; mi hermana y yo, entre 3 y 6; mas resultaba divertido afrontar juntos cuestiones peliagudas como si preferías a Miguel Bosé antes que a Los Pecos. O si eras popular en el instituto, ese lugar al que Mini no fue nunca y a nosotros nos faltaba aún algún lustro por acudir.

Hace tiempo que Súper Pop cerró sus rotativas. Y muchos veranos han trascurrido desde que Mini ya no cuida a los hermanos Quintana Paz. Ello no debería ser óbice, empero, para conservar la estival costumbre de rellenar un test que te ayude a conocerte mejor. En THE OBJECTIVE deseamos contribuir a ello.

A estas alturas de 2022, sin embargo, hemos pensado que quizá no es del todo pertinente ya tu opinión sobre Los Pecos (si bien Miguel Bosé continúa siendo cuestión disputada). Por eso hemos preferido elegir un asunto de cariz religioso.

Como es sabido, la verdad tiene una sola cara (aunque muchos, que la consideran fea, traten de ponerle burka), mientras que el error tiene mil y un rostros dispares. Fijémonos, pues, en nuestros propios errores. ¿Qué tipo de herejía (seas devoto feligrés o un tipo más de andar por casa) es la que refleja mejor tu personalidad cotidiana? ¿Qué equivocación teológica (seas de misa diaria o solo un tenue creyente en Dios) está más cercana a tu forma de ser? ¿A qué hereje (aunque lo ignores) te pareces más? Ni siquiera te librará el no ser creyente: las herejías son tan seductoras que les importa poco tu opinión sobre Dios.

He aquí el test de verano de THE OBJECTIVE para sacarte de tales dudas. Lee cada apartado y si, a medida que avanzas en él, te sientes identificado con lo que cuenta, esa es con toda probabilidad tu herejía favorita. O quizá veas reflejado en alguna de ellas a tu hermano, a tu vecina, incluso a Pedro Sánchez. ¿Quién dijo que el ocio veraniego no podía serte instructivo? Quizá vives rodeado de herejes de tomo y lomo; hoy descubrirás por qué te resultan tan enojosos.

Herejía 1

Esta herejía prolifera igual entre creyentes y ateos, con solo un requisito: debe tratarse de gente muy concienciada con salvar a todo el mundo, con salvarse a sí misma, con salvar el planeta.

Como la tarea que se han impuesto es hercúlea, y sus fuerzas andan lejos de las de Heracles, tratamos aquí con sujetos que han decidido buscarse un atajo.

Pongamos que se trata de individuos muy preocupados con «el cambio climático» (también llamado «clima climático», pues sabido es que «clima» es sinónimo de «cambio»). Si eres un mero paisano con tu trabajo normalito, tu familia normalita y tu furgoneta normalita, reconozcamos que salvar el planeta entero queda algo por encima de tu alcance. Pero eso no ha de impedir que te sientas un héroe climático: apaga la luz unos minutos el Día de la Tierra; contrata electricidad de esa que dicen que es de color verde; ponte a pedalear como un descosido durante el concierto de Coldplay. Todas esas cosas te ayudarán a comprar tu salvación ecológica.

Si eres algo más rico, o directamente millonario, es aún más sencillo pagarte esa redención. Cierto que no vas a prescindir de tus viajes aéreos de un lado a otro del globo (de hecho, ¡sería tan contaminante abandonar como mera chatarra ese jet que acabas de comprarte!). Pero siempre puedes «compensar» tu «huella de carbono» destinando luego (a las oenegés ecologistas de tus amigos, por ejemplo) donaciones monetarias que salden el gasto extra que tú efectúas y los demás, no.

O, si eres un banco, todo resultará aún más sencillo: organiza charlas ecologistas, pon a tus clientes un marcador que los clasifique según cuán malotes sean con el planeta, repite muchos eslóganes con las palabras «sostenible», «limpio» y «resiliente». Todos esos gastos te salvarán de verdades algo más sucias: como que financias multitud de proyectos bastante contaminantes, la verdad.

Piensa ahora en todos aquellos que se sienten mejores personas solo porque compran en tiendas «de comercio justo»; o que se compran productos de Apple «porque está comprometido con Black Lives Matter»; o que acuden a una tienda de comida rápida henchidos de buena conciencia porque una bandera arcoíris adorna su puerta de entrada. Todas estas personas creen de un modo u otro que pueden comprarse su santidad (sea moral, religiosa o política).

Y, por tanto, todos ellos son reos de una herejía, acaso la más antigua de todas (unos 1.980 años lleva entre nosotros ya). La herejía que consiste en pensar que se puede traficar con las cuestiones sagradas, como la salvación. Te doy la solución del test: se trata de la simonía. San Pedro ya tuvo que lidiar con ella. Hoy, que el capitalismo moralista nos rodea por doquier, vive momentos esplendorosos.

Pero representa un error: la bondad tiene valor, pero carece de precio. Así que, citando a Manolo Escobar, ni se compra ni se vende, como el cariño verdadero.

Herejía 2

De nuevo nos topamos aquí con herejes que puede que crean en Dios, puede que lo aborrezcan, acaso les traiga al pairo. Sin embargo, tanto unos como otros compartirán cierta religiosidad, ya sea devota de Santa María, ya lo sea de Santa Greta Thunberg; ya rememore a los santos mártires del Coliseo, ya conmemore al santo mártir George Floyd.

Lo que los convierte en herejes no es pues su fe, sino cómo reaccionan ante los que resultamos, a sus sacros ojos, pecadores. Cuando han de toparse con nosotros, un cóctel de emociones les inunda: por una parte, la embriagante satisfacción de no ser tan réprobos como nosotros; por otro lado, el desprecio estomagante ante nuestra bajeza.

Esta sensación les resulta tan adictiva que deciden prolongarla a perpetuidad. Y solo hay un método para ello: negarnos todo perdón posible.

«Hoy nos topamos con gente que se niega a perdonarte un tuit de hace diez años, si con él incurriste en algún pecado feminista, racista, homófobo, gordófobo o de cualquier otra de esas fobias con que hoy se etiquetan los nuevos pecados»

Así, hoy nos topamos con gente que se niega a perdonarte un tuit de hace diez años, si con él incurriste en algún pecado feminista, racista, homófobo, gordófobo o de cualquier otra de esas fobias con que hoy se etiquetan los nuevos pecados.

Así, hoy nos hallamos ante gente que exige castigar a un tenor si hace años que ligó de manera desaforada, o pronunció algún piropo algo subido de tono, o alguien pensó que acompañarle en la cama era una buena vía para acabar acompañándole también sobre el escenario. 

Sin perdón: este título de película de Clint Eastwood les va como un guante a estas gentes.

Ahora bien, no nos engañemos: que excluyan todo posible perdón no les impide exigirte que lo pidas. «Pedid y no se os dará», podría ser su nuevo lema seudoevangélico. Hablamos de personas que quieren verte sometido a una ceremonia de humillación, en la cual examines tu pasado, confieses tu culpa, muestres dolor por su pecado, hagas propósito de enmienda y aceptes la penitencia que te sea impuesta. Eso sí, todo ese remedo del cristianismo se diferencia de él en un factor clave: para un cristiano, tras la petición de perdón sales renovado, lleno de gracia; para estos herejes, sales lleno de desgracia.

¡Cómo perdonarte ahora que hasta tú mismo has aceptado tu culpa! Perteneces ya sin remedio al grupo de los protervos. Estás condenado y esa condena te la va a aplicar, encantado, nuestro creyente. Procurará que cada vez que se busque tu nombre en Google resalte tu culpa; protestará cada vez que alguien pretenda escuchar tu voz (en esto reside la mal llamada «cultura de la cancelación»); considerará que contagias con tu mal a quienquiera que se junte contigo, no digamos ya si se te ennovian. Eres malo, así que es bueno hacerte todo mal.

¿Reconoces esta herejía? Negar toda redención posible a quienes alguna vez (o muchísimas veces) pecamos ha portado múltiples nombres a lo largo de la historia: donatismo, montanismo, puritanismo… Hoy habría que añadir a esa lista a los creyentes woke. El mundo se divide para ellos en buenos y malos: y quien cae de un lado al otro ya no saldrá de ahí nunca (¿cómo iba a hacerlo, tan malote como es?). 

Herejía 3

Me gustan los años 90. Había caído el Muro de Berlín, así que parecía que iban a caer muchas otras cosas. Fueron años tontorrones, sí; pero quiso la casualidad que yo los viviese cuando era joven, de modo que la tontorronería me venía ya incorporada. 

Entre las cosas que parecía que iban a decaer un tanto estaba la moralidad. Cierto, no éramos tan estúpidos como para creer que desaparecería por completo; mas todo apuntaba a que se iría viendo recluida al ámbito privado, un poco como ya le pasaba a la religión, nuestras confidencias de pareja o esa camiseta de Naranjito que solo te pones para estar en casa.

«La moralidad se ha convertido en un epígrafe más de nuestra cuenta de resultados, que publicitamos a los cuatro vientos con el fin de que alguien se atreva a invertir sus afectos en nosotros»

Dos décadas después todo eso ha cambiado (ahorremos chistes sobre el cambio en mi tontorronería ha ido a mejor o peor). La moralidad, incluida esa versión degradada suya que es la moralina, campa cada vez más a sus anchas por redes sociales, medios, parlamentos. Se legisla siempre sobre más y más cosas; se prohíben en las calles piropos, rezos, luz de escaparates. En Instagram acaso veamos la exhibición de los cuerpos, pero Twitter y Facebook son peores: ahí contemplamos cómo exhibe cada cual sus virtudes. 

La moralidad se ha convertido en un epígrafe más de nuestra cuenta de resultados, que publicitamos a los cuatro vientos con el fin de que alguien se atreva a invertir sus afectos en nosotros. Queremos que nos quieran por guapos, por listos, por divertidos, pero sobre todo por buenas personas. Es normal que hoy proliferen teorías (nihilistas) que nos digan que, en el fondo, la moral siempre fue solo tal cosa, un mero mecanismo para aumentar nuestra valoración ante los demás.

Ahora bien, acaso usted crea que la moral es algo más que eso. Acaso usted crea que bastante tenemos con el deber de mantener nuestra mente y nuestro cuerpo en forma, como para tener que entrenarnos también en ser morales todo el rato y a todas horas, nosotros solitos ante nuestras decisiones morales, pero evaluados luego por todos en función de nuestros resultados. Acaso usted piense, como insistieron Kierkegaard o los hinduistas, que la obligación moral está bien, pero hay algo que la supera: la pureza, el desapego, la gracia, el baile, el esplendor.

Si usted entiende a qué me refiero con estas cinco palabras, entonces está usted seguramente libre de la herejía moralista a la que aquí nos referimos. Se trata del pelagianismo. Si no me entiende, y sigue pensando que lo más importante de todo es la fuerza que uno tenga solito para ser moral, y cosechar luego la recompensa (terrena o celestial) debida, entonces es usted pelagiano. (¿Creía usted hasta ahora ser otra cosa, católico por ejemplo? No se preocupe, su caso no es raro: pensadores como Del Noce, Ratzinger o Iraburu han detectado que a muchos de sus compañeros de fe les ocurre como a usted).

Conclusión

¿Cuántas herejías has reunido en nuestro test del verano? ¿Una, dos, dos y media, acaso las tres? No te fíes, aunque no te hayas sentido próximo a ninguna: como ya advertimos, las caras del error son innúmeras. Así que acaso volvamos en otoño, invierno o primavera con un test que valore si eres reo de cualquier herejía más.

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