Los nuevos rebeldes
«El activismo se ha convertido en profesión. Sus reivindicaciones encajan con el discurso de agradecimiento de toda aspirante a ‘miss’ de certamen provincial»
«Yo les habría dejado allí», digo, y solo me falta abanicarme fuerte el entreteto, mientras le enseño a mi amiga el móvil con la noticia: miembros del movimiento Scientis Rebellion se pegan al suelo en el pabellón de Porsche en Autostadt para exigir que se descarbonice el sector del transporte en Alemania. Exigían descarbonizar el sector del transporte, pero también que no les bajaran la calefacción, que les proporcionaran cubos para hacer sus pipís y sus popós y que les dejaran pedir comida. Vamos, que solo les faltó solicitar un helicóptero en la azotea, veinte pizzas familiares con doble de pepperoni y una maletín con billetes de quinientos sin numeración consecutiva. Unos días antes, protestaban contra el coste de la vida miembros de la organización Just Stop Oil lanzando sopa de tomate contra el cuadro Los girasoles de Van Gogh, en la National Gallery de Londres. Y también se pegaban a la pared. Yo las habría dejado allí. Yo dejaría a todos los que se pegan a algo para protestar, que se ve que ahora está de moda, allí para siempre.
Pero incluso ante la más grande de las tonterías (no sé, pegarte a algo para protestar por lo que sea, es un poner) siempre habrá alguien que lo defienda. Mi justificación favorita es aquella que sostiene que han conseguido poner sobre la mesa, ante la opinión pública y en el debate, una cuestión de importancia. Como si antes de que un zote armado con superglú y pocas responsabilidades decidiera abochornar a familiares y conocidos con su ocurrencia no se hubiese parado nadie a pensar en el cambio climático, en la crisis económica o en la paz en el mundo. Como si nadie nos diera nunca la turra con eso.
«El discurso de los activistas es cada vez menos disidente»
Las reivindicaciones de todos estos adictos a la performance adherente son las que ya están sobre la mesa. De hecho, son tan a la moda que encajan perfectamente con la agenda de la comunidad internacional: erradicar la pobreza, desarrollo económico sostenible, respeto por el planeta… Encajan con la agenda y también con el discurso de agradecimiento de cualquier aspirante a miss de certamen provincial. El activismo se ha convertido en profesión. Los activistas, tozudos y persistentes, son cada vez más añosos y su discurso cada vez es menos disidente. Si antes eran jóvenes rebeldes y concienciados los que gritaban y se manifestaban en contra de lo que sostenían los poderes políticos y económicos, ahora es un señor con barba, tres carreras y dos únicos fines de semana cotizados el que se pega a una pared mientras pide lo mismo que Al Gore. O prepúberes sin escolarizar que han hecho del activismo oficio remunerado, a lo Greta Thumberg, y son recibidos con honores de alto mandatario para que protesten confortablemente, aclamados como pop stars, mientras abroncan a adultos con corbata a los que hemos elegido entre todos.
Yo no sé cuánto de revolucionario puede tener ir a favor de viento. Pero como esto siga así, lo punk va a acabar siendo colar en la orgánica una chapa de cerveza los jueves, bailar una de Hombres G sin sentirte luego mal ni pedir clemencia o no sentirte víctima de nada ni de nadie. Al final los rebeldes vamos a ser los que no nos pegamos a ninguna parte.