El mal menor, dicen
«Sorprende que los representantes de Vox, que se llenan la boca con la nación y su fanfarria, se tomen tan a la ligera la Cámara de la representación de la soberanía nacional»
Después de una jornada de reflexión espiritual a los pies del Sagrado Corazón de Jesús en Cerro de Los Ángeles, de Getafe, el diputado Ignacio Garriga ha llegado al Congreso (no sabemos si protegido por el entrañable Marcelo del inefable afinador Jorge Fernández-Díaz) dispuesto a darlo todo por sus colores en la moción de censura contra el gobierno de Sánchez. Ha reconocido que lo suyo estaba perdido de antemano pero que la situación requería la pantomima. Y de paso, claro está, el contribuyente le ha pagado un acto preelectoral en su carrera por presidir la Generalitat de Cataluña.
Garriga ha intentado subsanar la falta de tablas como parlamentario con el desgranamiento ordenado de un argumentario conocido por cualquier sufrido seguidor de la actualidad política española. Con trazas de alumno aplicado de colegio de pago, el orador ha repasado todas las catástrofes habidas y por haber no sin antes afilarlas con un buen puñado de medias verdades, falsedades manifiestas y acusaciones altisonantes sin pruebas concluyentes. Ahí la tan cacareada gripe china, que apunta a una teoría conspirativa muy atractiva para un thriller político, pero que resulta irrisoria, cuando no patética, lanzada alegremente desde la tribuna del Congreso.
Sorprende que los representantes de Vox, que se llenan la boca con la nación y su fanfarria, se tomen tan a la ligera la Cámara de la representación de la soberanía nacional con una moción de censura que no ha sido otra cosa que un histérico y virulento acto de eterna campaña electoral. Paradójico además que acusen al gobierno de generar odio entre españoles y en su discurso solo se vislumbre hiel e intención de dividir a la ciudadanía.
Si Garriga se ha comportado con la aplicación de un niño de San Ildefonso talludito recitando la lección, Abascal ha salido con la artillería pesada marca Steve Bannon. No sería de extrañar que, tras las máscaras, las sonrisas se dibujaran satisfechas en los rostros de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Cada vez estoy más convencido de que, como viene señalando el amigo José Antonio Montano, la muchachada marcial de Vox ha llegado a la política parlamentaria con la única misión de apuntalar a este gobierno al que ellos llaman «socialcomunista».
En sus embestidas dialécticas, a Abascal le falta humor e ironía, signos de una inteligencia de la que, por su adusta aspereza, parece carecer. Ningún planteamiento de reforma, ninguna alternativa constructiva. Solo un henchido nacionalismo de secano y de clausura.
Veremos si, tras escuchar el recital de odio nacionalista de Abascal, las señoras y señores del PP se replantean el concepto de «mal menor» aplicado a Vox.