THE OBJECTIVE
David Martínez

El placer de ser envidiado

Que es la vida un frenesí. Eso debió de pensar el pasajero del EgyptAir que se fotografió con su secuestrador. Y las azafatas que colaboraron prestas en la escena. Y el otro viajero que lo grabó todo y lo ha subido ya a Youtube. El exhibicionismo es probablemente el rasgo más característico de esta época que nos ha tocado vivir, este estadio evolucionado de la modernidad líquida de Bauman donde presentamos una necesidad casi patológica de publicar nuestra existencia. Siempre con una sonrisa y siempre eligiendo los momentos que parecen escapar de lo prosaico, por supuesto. El viaje a Chipre, el postre de tiramisú deconstruido, el secuestro de tu avión.

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El placer de ser envidiado

Que es la vida un frenesí. Eso debió de pensar el pasajero del EgyptAir que se fotografió con su secuestrador. Y las azafatas que colaboraron prestas en la escena. Y el otro viajero que lo grabó todo y lo ha subido ya a Youtube. El exhibicionismo es probablemente el rasgo más característico de esta época que nos ha tocado vivir, este estadio evolucionado de la modernidad líquida de Bauman donde presentamos una necesidad casi patológica de publicar nuestra existencia. Siempre con una sonrisa y siempre eligiendo los momentos que parecen escapar de lo prosaico, por supuesto. El viaje a Chipre, el postre de tiramisú deconstruido, el secuestro de tu avión.

Es la constante búsqueda recreativa de lo insólito, original o extravagante con el objetivo de evidenciar que eres distinto, que te emancipas de la masa y disfrutas una vida repleta de momentazos, superadora de lo vulgar. Quizá siempre fue así, solo que los neandertales no tenían Instagram y no podían desarrollar tal invasión de la esfera pública por la privada. También es consustancial al ser humano su deseo de mostrarse pletórico, como reflejan los sondeos de opinión, donde casi nadie se declara insatisfecho. El dolor tiene mala prensa, aunque uno se desmarque y coincida con Coetzee en que “el sufrimiento es la escuela del alma”.

Sí ha sido definitivamente enmendado el axioma de Schopenhauer: “Nuestro mayor placer consiste en ser admirados”. Hoy, nuestro mayor placer consiste en ser envidiados. O creer que lo somos.

“¿Qué clase de persona se fotografiaría con el secuestrador de su avión?”, se cuestionaban todos tras ver la instantánea que inspira este texto. Supongo que querían decir qué clase de persona no resiste el impulso exhibicionista en una situación así. Un poquito de pudor, pensamos los mismos que elegimos el destino de nuestras vacaciones ponderando lo exótico del mismo o nos decantamos por un móvil u otro en función de la calidad de la cámara. Ha llegado un momento en el que, más que acudir a tal o cual lugar, experimentar para escapar de lo convencional o disfrutar de las evasiones que nos permiten no pensar en la muerte, lo que nos importa es divulgar que hemos acudido, experimentado y gozado. Y acreditarlo con toda la pompa posible. Lo mismo ocurre ya con los avatares imprevistos, incluso los que entrañan peligros ciertos. Se aprovechan para dejar constancia de la singularidad vivida. A riesgo de parecer ridículo… pero quizás también envidiado.

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