THE OBJECTIVE
Javier Rioyo

Contra los periodistas y otros contras

«Que no nos metan miedo. Que no amenacen, que no descalifiquen. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos pero no nos dejaremos incendiar»

El verso suelto
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Contra los periodistas y otros contras

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Ilustración: Alejandra Svriz

«Nadie se mete dos veces en el mismo lío / (excepto los marxistas-leninistas) / Nada es lo mismo, nada permanece / menos la Historia y la morcilla de mi tierra. / Se hacen las dos con sangre, se repiten».

Me han vuelto en estos días de reflexiones, misivas, proclamas, amores, gritos y susurros, aquellas glosas de Heráclito del querido Ángel González. Estoy convencido de que no llegaremos a la sangre, aunque nos den morcilla, pero volveremos a los sainetes en versión gobierno «de progreso». A las emociones, los pensamientos y a los hombres es mejor vestirlos que dejarlos al desnudo. Mejor la reflexión que el grito. No quiero a los que amenazan, y a veces consiguen, tensar nuestras vidas. Esas vidas nuestras que son los ríos que van a dar a la mar mejor no hacerlas pasar por charcos ya muy pisados.

No es bueno que por la irreflexión de uno y sus compañeros de viaje repitamos pasados indeseados e indeseables. Y que por arte de birlibirloque de Sánchez y los baratarios sanchistas nos veamos otra vez metidos en los mismos líos de antaño. De nuevo enfrentados por la torpeza de no saber confrontar, explicar, discutir y disentir. El discrepante se queda sin recreo y sin subvenciones. Es posible ser demócrata, lo puedo prometer y prometo, sin ser compañero de viaje de comunistas o de nacionalistas/separatistas. No vivimos tiempos buenos ni para la lírica ni para la diversidad de pensamiento. Aunque se empeñen en reactivar nuestras probadas dotes para la incomprensión, algunos no nos dejaremos. No estamos en esas calles, esos teatros, esos eslóganes ni esos columpios.

No más descalificaciones. No repartan carnets de demócratas. No me sitúen donde no estuve ni estaré. Ni me hagan examen de periodismo esos que ignoran a Karl Kraus: «El que expresa opiniones no debe dejarse sorprender en flagrante delito de contradicción. El que tiene pensamientos tiene también contradicciones». No quiero guardianes de la moral, no quiero agitadores arengando con resurrecciones del «no pasarán», que se escuchó en la maravillosa voz de Pasionaria en Radio Madrid la noche del 18 de Julio, otros tiempos, otro país. Tampoco volver a la respuesta cantada de Celia Gámez, encantadora, libertina y franquista, con su «ya hemos pasao, decimos los facciosos». No quiero volver a la España que documentaba mi admirado Basilio Marín Patino con aquellas Canciones para después de una guerra. Ni mucho menos a aquel otro documental último cuando se sintió abducido por los podemitas en barricada.

No, para esto «no hemos muerto un millón de españoles», decía mi recordado Eugenio Suárez, rastreador de sucesos en tiempos franquistas y director de El Caso. No quiero volver a los tiempos en que El Caso era el medio más leído por los españoles que buscaban y hallaban el encanto de los más desabrido y áspero de nuestra historia. No quiero volver a la novelería, ni al bulo y sus fanfarrias. No quiero volver a los pasados «mentideros» que fueron refugio de sensacionalistas, chismosos, interesados y manipuladores.

El día del regreso carismático del guardador del secreto de nuestro futuro comprobé que al final del suspense no pasaba nada, que todo era farol y órdago con cartas marcadas. La táctica fue crear inquietud y volver con su reforzado aviso para caminantes. Salí sin sorpresa y sin temor a dar una vuelta por mi barrio. Por la Plaza de Tirso, que una vez fue del Progreso, pensando hacer reflexión en terraza con caña. Vivir Madrid y bajar por la calle del santo del día, San Pedro Mártir. Pequeña y muy singular calle que me llevó a recordar a algunos de los mejores españoles que allí vivieron. En esta ciudad, en este país, en estas calles populares no era raro que se entendieran dos españoles tan diferentes, tan opuestos y tan complementarios.

«Dos Españas que fueron posibles y necesarias en sus diferencias, en sus mundos antagónicos»

En el mismo portal en el año de 1898- inolvidable por generación y pérdida- convivieron Pablo Picasso y Pepe Isbert. El pintor que entonces era bohemio, pobre y vividor, el genio que cambió la pintura y que supo vivir sin inclinarse ante nadie, que fue compañero de viaje de comunistas, anarquistas, ateos, judíos y «demás ralea»; compartió portal, juegos y amigos con un joven de su altura- los dos grandes pequeños- bailón, catolicón y divertido llamado Pepe Isbert.

Dos Españas que fueron posibles y necesarias en sus diferencias, en sus mundos antagónicos. Dos triunfadores que compartieron escalera y cocido, vinos y partidas de mus. Dos extremos que vivieron en el centro de una ciudad alegre, confiada, problemática, fascinante, rica, pobre y medio pensionista. La ciudad que resistió, la ciudad del «no pasarán» y la del «ya hemos pasao». Capital de la gloria y de los tramposos, lugar de Academía y golfemia, de mentideros y mentirosos, de los que saben ganar y perder. Ciudad mía del centro y los extremos.

Allí, en esa calle de San Pedro Mártir, brindando por las dos Españas, deseando la tercera España, después de escuchar la sorprendente explicación que dio el presidente desde su balcón de Moncloa, recordé al alcalde de Villar del Río: Pepe Isbert. Alcalde y dueño del café, populista y maniobrero, capaz de vestirse y vestir a su pueblo de tópico andaluz, lo que haga falta por recibir las subvenciones del Plan Marshall como el que recibe las de Europa en nuestro tiempo. De nada sirvió que desde ese otro humilde balcón de Ayuntamiento de pueblo declamara :«!Vecinos de Villar del Río!: Como alcalde vuestro que soy os debo una explicación y esta explicación que os debo os la voy a pagar, puesto que yo, como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación…»

De nada sirvió esperar a Mister Marshall, pasaron de largo y las banderas americanas se fueron por la alcantarilla y el pueblo, su alcalde, sus gentes soñadoras e ingenuas, se quedaron como estaban. Un perfecto retrato de aquella España que supieron hacer burlando la censura otros dos genios españoles tan diferentes. El comunista, ilustrado y pequeño burgués Juan Antonio Bardem y el ácrata que fue a la División Azul, el libérrimo, admirado y genial Luis García Berlanga.

«Bardem y Berlanga, dos personalidades diversas, dos maneras de ser español posibles y dialogantes»

Dos personalidades diversas, dos maneras de ser español posibles y dialogantes. El certero y necesario- mal español según Franco- Luis García Berlanga y el comunista a su aire Juan Antonio Bardem. Después de esa película cada uno siguió su camino, tan disímiles, tan respetuosos. Eran tiempos en que se podía creer en aquello que dijo Bergamín: «Yo con los comunistas hasta la muerte… pero ni un paso más». Otros tiempos, otros comunistas, otros poetas.

Añoro a algunos poetas, por ejemplo al francés Jean Cocteau, que un mayo de hace 70 años recorrió España, se apasionó con toros y toreros, amigo de Picasso y Dominguín, de Neville y del flamenco. En aquel apasionado viaje del 1954 escribió: «En España se expresan con una libertad increíble. La censura empieza por escrito. Esta censura es bastante terrible. Impide desarrollarse a un puñado de escritores y pensadores por su fuerza. España es un país de grandes escritores sin público. España, dice unos de sus poetas ‘desprecia cuanto ignora’…Todos los españoles son incendiarios. La calma actual viene dada por el temor de quemar su propia casa. Pero la calma española no es más que una pausa entre dos incendios». Que Cocteau no tenga razón. Que no nos lleven a incendios. Que no nos metan miedo. Que no amenacen, no injurien, no descalifiquen. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos pero no nos dejaremos incendiar.

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