Franklin rima con Biden
«Franklin también puede servir de inspiración al nuevo presidente para tejer una política internacional basada en alianzas, en vez de los pulsos y bravuconadas que han debilitado a Estados Unidos, en especial frente a China»
Donald Trump había colgado cerca de su mesa en el Despacho Oval un retrato de Andrew Jackson. Es muy probable que no supiera muy bien quién era el séptimo presidente de EEUU hasta que su asesor Steve Bannon lo emparejó con él. Fue una elección de espejo atinada: el militar sureño resultó ser el primer populista en ocupar la Casa Blanca, un pendenciero acostumbrado a los duelos, al conflicto y al juego, defensor del ciudadano de a pie, pero también pionero en corromper la Administración. Jackson interrumpió el catálogo de presidentes ilustrados, desde George Washington a John Quincy Adams y su táctica para ganar el poder fue ensalzar la América olvidada frente a las elites de la Costa Este. Tras su marcha, emergió el Partido No Sé Nada (Know-Nothing-Party), opuesto a la inmigración y defensor a tiros en las calles del auténtico americanismo, un legado comparable con el surgimiento de la turba trumpista que asaltó el Capitolio el día de Reyes y hoy sigue dispuesta a saltarse las reglas del juego de la democracia.
Nada más llegar al Despacho Oval, Joe Biden mandó retirar el retrato del presidente Andrew Jackson, elegido por Donald Trump, y sustituirlo por uno de Benjamin Franklin. Este gran científico, periodista, educador, diplomático, filántropo y padre fundador de Estados Unidos le parecía una inspiración más apropiada, mucho más ilustrada, para sus nuevos retos. En el relato demócrata, Biden ejerce de restaurador de la democracia después de cuatro años de barbarie. Luz que acaba con la oscuridad. Racionalidad tras la irracionalidad. Con medio siglo de servicio público a sus espaldas, el nuevo presidente no destaca por su querencia hacia el mundo de las ideas o los debates ideológicos. Es un político profesional, bregado durante décadas en el Senado seguidas de ocho años de vicepresidencia. Llega con las fuerzas justas a la cúspide. Pero como pudimos escuchar en su discurso inaugural, Biden cree profundamente en el legado moral de la democracia americana, «toda mi alma está en esto», dijo parafraseando a Lincoln, en el momento más emocionante de su homilía inaugural. La figura del poliédrico Benjamin Franklin le puede servir de ejemplo para desarrollar iniciativas en al menos tres ámbitos, en los que Estados Unidos requiere más que nunca un liderazgo inspirado en valores.
Frente a la mentalidad conspiranoica extendida en parte de la población, que rechaza la ciencia e incluso las vacunas, Biden debe proseguir la inversión en investigación –una clara ventaja competitiva de su país– y volver a hacer de EEUU un imán a la hora de atraer a los mejores científicos y académicos del mundo, es decir, a los próximos Benjamin Franklin. Igual de importante es fortalecer las redes globales de cooperación científica, que tan impresionantes resultados han dado en la búsqueda acelerada de vacunas contra el covid-19. Uno de los grandes retos de Biden en conexión con el desarrollo científico es encontrar mejores reglas del juego para las grandes empresas tecnológicas, protagonistas de la revolución digital, algo a lo que estos gigantes parecen ahora más dispuestos.
«Este poder blando, basado en la cultura, la comunicación, el modo de vida y los valores, es algo que EEUU ha perdido en estos últimos cuatro años. Sin recuperarlo no conseguirá defender con eficacia sus intereses globales».
Franklin también puede servir de inspiración al nuevo presidente para tejer una política internacional basada en alianzas, en vez de los pulsos y bravuconadas que han debilitado a Estados Unidos, en especial frente a China. Como diplomático en Reino Unido y en Francia, el gran inventor trabajó con tesón y dio alas a la independencia de su país, al mismo tiempo que generaba un poder de atracción hacia las colonias de América del Norte, en mutación hacia la primera democracia. Este poder blando, basado en la cultura, la comunicación, el modo de vida y los valores, es algo que EEUU ha perdido en estos últimos cuatro años. Sin recuperarlo no conseguirá defender con eficacia sus intereses globales.
Pero el ámbito en el que más puede aprender Biden del ilustrado que le sirve de referencia es en su defensa de la democracia. Walter Isaacson, antiguo presidente de Aspen Institute, explica que la virtud principal de Franklin fue la tolerancia. Fue un pragmático, capaz de encontrar terreno común, «el americano más completo de su tiempo y el más influyente a la hora de inventar el modelo de sociedad hacia el que debíamos aspirar».
Con el paso de los años, el padre fundador de Estados Unidos aprendió a entrar en polémica sin abandonar el sentido del humor. Durante una época se empeño en aprender a practicar todas las virtudes y redactó reglas muy concretas sobre cómo conseguirlo. Al final del experimento confesó, «he aprendido todas las virtudes menos la humildad, pero he aprendido a fingirla». Biden comparte esta capacidad de no tomarse siempre en serio a sí mismo y los errores no infrecuentes en sus comparecencias públicas le han hecho más popular con los votantes.
Sabemos que el nuevo presidente quiere unir a un país profundamente dividido, sin dejar afirmar conceptos olvidados en la época de Trump como la dignidad, el honor, la decencia o la verdad. Franklin coincidiría con Biden en su defensa de que los desacuerdos en política no llevan a convertir al otro en enemigo. Pero también en la necesidad de adoptar una postura firme frente a las tendencias autoritarias de los herederos del Trump, que se han hecho fuertes en el partido republicano y no permiten reinventarse a esta venerable formación política.
«Franklin era un forjador de pactos duraderos. Los consensos, explicaba, no los consiguen los grandes líderes sino las grandes democracias».
En este sentido, Franklin era un forjador de pactos duraderos. Los consensos, explicaba, no los consiguen los grandes líderes sino las grandes democracias. Cuando pidió la palabra al final de las negociaciones en Filadelfia para alumbrar la Constitución de 1787, todo el mundo escuchó en silencio. Demasiado anciano para leer su intervención, un portavoz explicó en su nombre que, durante las sesiones, había dudado si el astro tallado en la silla de la presidencia de la asamblea era una puesta de sol o más bien un amanecer. Al ver el resultado al que la Convención podía llegar, estaba seguro de que el adorno solar representaba el comienzo de un nuevo día.