Interioridades del Paseo-Cumbre en la OTAN
«La nueva y sofisticada verbena institucional de la OTAN ha vuelto a ser prolífica en la producción de fotografías, instantes de propaganda para el consumo nacional y declaraciones altisonantes»
En su libro Cumbres, David Reynolds explica por qué las international summits se han convertido en una confortable manera de vivir para los presidentes mundiales. Reynolds señala el sencillo —pero determinante— encuentro entre Adenauer y De Gaulle como el comienzo revolucionario del cumbrismo, un movimiento al que no se le ve el tope en desmesura ya bien entrado el siglo XXI.
Tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial, los líderes de Francia y Alemania departieron e incluso rezaron juntos en una iglesia para pedir unidos por la reconciliación. De aquella plegaria de dos colosos hasta hoy, cuando se construyen sucesivas y grandes catedrales de mercadotecnia política por el mapamundi. En esas nuevas y efímeras catedrales, brilla la ramplonería actual.
En la cumbre de la OTAN programada en Bruselas, la Alianza Atlántica ha levantado, nuevamente, un ecosistema artificial en el que la prensa tiene acceso —es una mascarada— a los líderes planetarios pero estos resultan inalcanzables como los cometas. Sobre las enormes instalaciones de los cuarteles de la reina Isabel de Bélgica, a las afueras de Bruselas, se superponen decenas de carpas, un enorme media center con videowall de perfecta definición y, entre otros añadidos, modernos shuttles eléctricos en los que, al menos como periodista, es obligado montarse para llegar de un lugar de reunión a otro. Caminar entre instalaciones alejadas no está permitido por motivos de seguridad. Y es mejor conservar todas las acreditaciones y distintivos. De otra manera el trabajo resultará imposible o vedado.
La nueva y sofisticada verbena institucional de la OTAN ha vuelto a ser prolífica en la producción de fotografías, instantes de propaganda para el consumo nacional y declaraciones altisonantes. Extirpado el contexto, que aquí tratamos de explicar, nuestro presidente se ha esforzado en conseguir esas partículas, partículas que, una vez fijadas en vídeo o fotografía, se alargan sin final.
En este empeño del máximo trofeo, el Gobierno había promocionado un encuentro entre Joe Biden y el presidente Sánchez. Pasaban las horas, pasaba la mañana y el servicio de prensa no confirmaba ni cómo ni cuándo ni con qué duración ni temas a tratar ocurriría el advenimiento del nuevo presidente norteamericano. La prensa reclamaba insistentemente información sobre la cita con el estadounidense mientras el líder español saludaba o anunciaba medidas o propósitos: una cumbre bilateral con Reino Unido, con la presencia de Exteriores y de Defensa, posteriormente una cita con Turquía y, tras la sobremesa, Canadá…..
Antes, súbitamente, hacia las dos de la tarde, el Gobierno difundió la fugacidad congelada del encuentro Biden/Sánchez. Desde entonces está abierta una discusión olímpica: cuántos metros recorrieron y cuánto duró, en definitiva, el Paseo-Cumbre. En esto, todavía, no se ha alcanzado un consenso nacional: algunos diarios dicen 30 segundos, compañeros periodistas presentes en Bruselas apuestan por 20 y ciertos digitales elevan la marca a 40. Nadie concede el minuto, pero todo, aunque sea poco, se andará. Pedro Sánchez compareció hacia las seis de la tarde en una milimetrada rueda de prensa (solo dos preguntas para el presidente y basta) que ofreció junto al secretario general de la OTAN. El mandatario español quiso aclarar que él no lleva el cronómetro en esos momentos de trasposición y que fuera la duración que fuera —siglo arriba o siglo abajo— le dio tiempo a departir sobre estrategia militar, sobre emigración en Hispanoamérica y alabar a Biden por haberse convertido en el nuevo referente del progresismo mundial. En fin….