THE OBJECTIVE
Fernando R. Lafuente

Las antenas de una especie

«Los artistas sólo se deben a su obra. Ni al público, ni al poder. El libro de Xavier Güell, ‘Shostakóvich contra Stalin’, es una metáfora resplandeciente de ello»

Lo bueno de la vida
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Las antenas de una especie

Ilustración de Alejandra Svriz

Un libro

Fue el poeta, y agitador literario, Ezra Pound quien advirtió que «los artistas son las antenas de una especie». Aquellos que, vaya a saber uno por qué, ven lo que otros no ven. Avanzan, eso sí es progreso, por donde nadie se había aventurado a ir. Sus nombres están en la memoria que se instala en el correr de los tiempos, saltando los muros de las ideologías, las creencias y las modas. Los artistas que sólo se deben a su obra. Ni al público, ni al poder, por ejemplo, Shostakóvich. El libro de Xavier Güell (Barcelona, 1956), Shostakóvich contra Stalin (Galaxia Gutenberg) es la metáfora resplandeciente de todo ello. El artista crea su obra, única, contra los tiempos, las audiencias y los aplausos. Va por libre. Es la antena, la que marca el camino. 

Recordaba el gran ensayista mexicano Gabriel Zaid que, por ejemplo, un escritor debe elegir entre tener cien mil lectores en un mes o cien mil lectores en cien años. He ahí la elección. Plegarse a la doxa del momento o ir hacia lo que espontáneamente surge del más íntimo emblema de la creación. Lo que tendrá que vencer barreras invisibles, pero poderosas de su tiempo, es el dilema. Se ha escrito que las utopías son las que hacen que una sociedad avance. Este libro, extraordinariamente bien escrito, narra, y de qué soberana manera, la lucha de la creación frente al poder, sea éste del signo que sea. El enfrentamiento entre lo acomodaticio y la libre, bendita sea, creación estética. De ahí, su título que vale por un siglo, el XX. Dos son los momentos en los que Shostakóvich se enfrenta, todo hay que decirlo, uno sin querer, el otro consciente, a Stalin, 1936 (tras el estreno de Lady Macbeth de Mtsensk) y 1948. 

Cuánta enseñanza hay en este libro respecto a lo que ocurre con la creación artística de hoy. Podría ser un manual para jóvenes creadores. El poder nunca es inocente, y el poder totalitario lo es en extremo repugnante para una mente libre: «El arte puede combatir el mal», leemos en los estertores de esta historia luminosa y dramática. Eso cuentan éstas cerca de más de 400 páginas, en las que se incluye una breve pieza teatral tan esencial para el conjunto del libro, como atractiva para una posible puesta en escena. Poco más de 400 páginas a las que no les sobra ni les falta ni un punto ni una coma. Todo en ella es tan deslumbrante como desasosegador. 

Güell, un excelente músico que ha descubierto en la narrativa otra forma no menos brillante de interpretar los dramas, los avatares y los designios de una serie de músicos ante su momento en la Historia. Así, describe las angustias, los miedos, el terror que significa actuar por libre. El libro cuenta las ocho horas, angustiosas, en las que Shostakóvih intenta, lucha, persigue culminar su Sonata para viola y piano. Antes, el deseo delirante de Stalin de que componga una sinfonía dedicada a él, y Shostakóvich sea el Beethoven rojo. Lean esta apasionante historia. Güell ha escrito una obra que son muchas obras: composición musical, vericuetos enredados del ser creador, amenazas desde el poder, humillaciones, miedos, voluntades y miseria. Uno y otro son los antagonistas que se complementan en una rueda siniestra de la fortuna. 

Será el propio compositor quien afirme: «Los experimentos para salvar a la humanidad me parecen peligrosos; el comunismo de Lenin y Stalin es un buen ejemplo», sí, la miseria de unos tiempos en los que la libertad, y no digamos la libertad artística se ve sometida al poder, y lo que es más desolador, y la de algunos como Shostakóvich no que se someten a ello, superan, con dolor y horror las circunstancias de su tiempo y coronan, y así, podría brillar en el frontispicio de sus obras: «Los artistas son las antenas de una especie», aunque con ello les espere el silencio, la represión y la condena. Pero la obra sigue adelante, en la soledad y en la creencia firme de construir, de levantar el gran edifico de la belleza y el desamparo. Ejemplar, hoy más que nunca.

«Stanley Donen conjuga en sus películas los verbos sagrados del cine: entretener y emocionar»

Una película

Cien años de Stanley Donen. Alguien que dirigió, entre tantas, Cantando bajo la lluvia (1952), Charada (1963) y Dos en la carretera (1967), géneros tan distantes como distintos y en los que su aura de genialidad era impecable, merece un recuerdo y, sobre todo, lo mejor, regresar a sus películas. Son tres ejemplos de una cinematografía que buscó lo más excelso que el cine puede ofrecer: entretener y emocionar. Sea un musical, un trhiller (con irreverentes dosis de humor y romanticismo) y una historia en la que la melancolía es la protagonista invisible. Tres peliculones. Ya dijo Donen que, a pesar del enorme éxito de Cantando bajo la lluvia, no se iba a pasar la vida cantando bajo la lluvia.

Había que buscar nuevos destinos, nuevos retos, nuevos géneros. Y lo consiguió. Hoy, valga, Charada. Toda una lección de cómo se cuenta un trhiller, una de suspense, cierto homenaje a Hichtcock, con elevadas dosis de ironía y de romanticismo. Un romanticismo difícil porque Cary Grant no estaba dispuesto a convertirse en el vejestorio que enamora a una deslumbrante Audrey Hepburn. La diferencia de edad era notoria. Y, entonces, Donen le da la vuelta a la historia, y entre crímenes y enigmas, dameros malditos sin posibilidad de resolver, con sellos de por medio, será ella quien seduzca al ya maduro Grant. Diálogos memorables, cómo son los de las primeras escenas en la estación de esquí, cómo es el chiste final, gags, situaciones, equívocos, dobles sentidos, acción, misterio conjugan, sí, los verbos sagrados del cine: entretener y emocionar.

Y una taberna

Emoción es lo que uno siente cuando ya en el mercado de Antón Martín, a unos pasos de la Filmoteca, Cine Doré, uno de los primeros que se abrieron en el Madrid de principios del siglo XX; a dos manzanas de las andanzas de la Fortunata galdosiana por la calle del Ave María; casi enfrente del Monumental, donde Prokofiev asistió a la representación de una de sus obras en diciembre de 1935, ahí, en el mercado, está Dónde Sánchez, una taberna con aires de siempre y de ahora. Con una parroquia variopinta, unos vinos de mil procedencias, el vermut, la brandada, las sardinas ahumadas y, sobre todo, la alegría, tan cara en estos sombríos tiempos, de encontrarte con lo bueno de la vida en la impagable barra donde se habla de todo y de nada. Y, lo que es mejor, donde el tiempo pasa como si siempre uno permaneciera ahí, eterno y grato.

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