THE OBJECTIVE
Fernando R. Lafuente

El pasado como obsesión

«En ‘Vivir deprisa’, Premio Goncourt, Brigitte Giraud descubre lo que Chesterton denominó ‘los hilos invisibles’ que configuran cualquier existencia»

Lo bueno de la vida
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El pasado como obsesión

Ruinas de un palacio macedonio en Vergina (Grecia). | Dimitris Tosidis (Xinhua News)

Un libro

Vivir deprisa. Brigitte Giraud. Contraseña editorial, Huesca, 2023. Tradición de María Teresa Gallego Urrutia. 176 páginas. 19 euros 

Fue el escritor italiano Cesare Pavese quien recordó algo esencial para cierta literatura: «La literatura es una defensa contra las ofensas de la vida». Y no hay mayor ofensa a la vida que la muerte, y mayor aún, si quien muere es un ser querido, alguien con quien has construido una existencia y es la alegría frente a los desasosiegos a los que enfrentarse de manera cotidiana. Las epifanías que juntos trazan una mujer y un hombre, por ejemplo. De eso trata este enorme libro, apasionante en la construcción de una narrativa que indaga a partir de un «Si…» esto hubiera ocurrido de otra manera, las condiciones, los hechos, los acontecimientos que marcaría el destino. 

En Detour (1945), una de las obras maestras del cine negro, dirigida por Edgar G. Ulmer, alguien advierte: «El destino siempre te pone la zancadilla». Y así es en Vivir deprisa. Premio Goncourt, de Brigitte Giraud (Sidi Bel Abbes, Argelia, 1960). La muerte por un terrible accidente de moto de su marido, Claude, desencadena toda una obsesión por el pasado, porque las preguntas se suceden en un aluvión de dudas desesperantes que indagan en la fragilidad del destino, en lo caprichoso del azar, desde qué habría ocurrido por vender el piso a su empeño por la nueva casa, el suicidio de su abuelo en circunstancias económicas difíciles para el joven matrimonio y cambiar la fecha de un viaje a París, tomar Claude prestada la potente moto del hermano de Brigitte en la que sufrió el accidente y su muerte o haber tenido un móvil… y así un sinfín de interrogantes que el implacable paso del tiempo fija, y así las emocionadas páginas discurren para el lector. Es un pulso con el tiempo, es un formidable catálogo de hechos que ocurrieron y que podrían haber coincidido para que se cerraran de manera tan trágica. 

Giraud muestra un ejercicio narrativo descomunal, preciso, plagado de datos y comentarios a cada «Si…». «Queremos saberlo todo de la naturaleza humana, de los móviles íntimos y colectivos que hacen eso que sucede suceda. Sociólogo, policía o escritor, a saber… deliramos, queremos entender cómo se convierte uno en un número en las estadísticas, en una coma en el gran todo. Y eso que nos creíamos únicos e inmortales». Únicos, sin duda. Cada vida es singular, nadie es igual a otro, a pesar de la burocracia y las estadísticas.

«Para Giraud ‘escribir es la búsqueda de la verdad’, pero ¿cómo encontrarla?»

Para Giraud «escribir es la búsqueda de la verdad», pero ¿cómo encontrarla? ¿En el repaso minucioso, obsesivo, cercano al delirio, pero implacable ante los hechos? He ahí la razón y sentido de esta confesión que es, también, una profunda indagación sobre las señales que avisan de ese jardín de senderos bifurcándose en cada una de las biografías. Se trata de elegir. Giraud descubre lo que Chesterton denominó «los hilos invisibles» que configuran cualquier existencia, esas conexiones —alguno pensará que mágicas, otros misteriosas, los más, profundamente azarosas— que determinan cada paso, las conexiones, en su caso, entre la maternidad, la memoria, la historia y, sobre todas ellas, la ausencia. Una ¿novela? Que entra en el ámbito íntimo de una relación convulsionada y rota. Narrada con nervio, con serenidad, con una deslumbrante melancolía, uno de los libros que dejarán una memorable huella en el lector.

Una película

El sol del futuro. Dirección. Nanni Moretti. Intérpretes. Nanni Moretti, margherita Buy, Mathieu Amalric, Silvio Orlando. Italia. 2023. 91 minutos

Recuperada de las Salas de Exhibición por las plataformas, esta película de Nanni Moretti indica algo que sólo el misterio de la ficción puede lograr: presentar las cosas de otra manera a como sucedieron. Sí, en cierto sentido, cambiar la Historia. Algo semejante a lo que Quentin Tarantino se marca en Malditos bastardos (2009) y Érase una vez en Hollywood (2019). Aquí Moretti convertido en Giovanni, un muy singular director cinematográfico, se embarca en la producción de una película en que se cuenta la visita de un circo húngaro a Roma, mientras las tropas soviéticas invaden con sus carros de combate Hungría y devastan a la población magiar y sus ansias de libertad. 

El filme va al límite, al límite del propio Giovanni: el productor no tiene dinero, su mujer se quiere separar, su hija pasa del padre y se enamora del embajador polaco, varias décadas mayor que la chica. Todo se desmorona, pero la película sigue adelante. Es magnífico el giro final, es de una belleza emocionante el baile, mientras suena la música de la esperanzadora canción de Battiato, Yo quiero verte danzar, gran momento que conmueve y contagia esa felicidad al espectador.

De todas las actuaciones, la de Silvio Orlando como el Secretario de la sección del barrio del Partido Comunista Italiano es para recordarla siempre. Y Moretti/Giovanni lo cambia todo, de un final, pero mejor no destripemos ese momento mágico, el desfile. Y la venganza a la Historia, porque esa sección, todo el barrio, hace lo que nunca ocurrió: condena la invasión soviética al solidarizarse con los integrantes del circo húngaro. La hora y media (otra razón para valorar) se llena de private jokes al cine (Fellini, Ophüls, Demy, Landis, Kieslowski, los Taviani), a la política, a la dignidad, al arte, a la melancolía, pero siempre incorporados esos guiños privados con elegancia, sensibilidad, sentido y, por qué no, grandiosa ironía. 

Una taberna

Frente al Teatro Monumental, en la madrileñísima calle de la Magdalena, Perlora, con una barra donde soñar y quedarse. Una taberna de raigambre asturiana que presume, y con razón, de ofrecer los más exquisitos mariscos de Madrid (y eso es decir mucho, y más). Con su medio siglo a cuestas, esta taberna familiar, donde Mino continúa lo creado por sus padres: el calamar de potera, las anchoas, las tortillas paisanas, las gambas, que alivian el paso del tiempo y las ausencias. Las parrilladas de pescados y mariscos con bogavante, langostinos (uno recomendaría a la plancha), las cigalas y un sinfín de platos que a uno le ayudan a olvidar el disparate del presente. Que no es poco.

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