Nobles brutos
«Cuando se dijo que habíamos llegado al fin de la historia, en realidad quería decirse que habíamos llegado al fin del relato de grandes individuos»
Lo que más me sorprende de la edad avanzada que me ha tocado vivir es la ausencia de grandes individuos y la proliferación de individuos pequeños, muy pequeños o imperceptibles. Estaba acostumbrado a juzgar a mis semejantes por esas personalidades sobresalientes que los antiguos llamaban «faros». Por ejemplo, el Cid campeador, o bien Charles Dickens, o bien el condottiero Colleoni, o incluso Chaplin. Dicho de otro modo, la historia de los humanos ha sido siempre la historia de sus individuos sobresalientes. Y si tiene usted unas horas para perder puede ir hasta Múnich y luego tomar un taxi para llegarse al Walhalla, que es una colina muy bonita a pocos kilómetros de Ratisbona, donde el rey Luis (el abuelo del loco) decidió instalar el bello templo de los grandes hombres germanos. Allí verá, dentro del monumento blanco à la grecque, más de cien bustos en sus respectivos pedestales con los grandes hombres de las diferentes germanias que a Luis le parecieron remarcables. Vale la pena darse una vuelta. Luis no estaba tan loco como su nieto. El lugar, sobre una herradura del Danubio, es imponente. Y también allí verá los esfuerzos que, tras las dos guerras mundiales, hicieron las autoridades de Múnich para completar la serie. Los añadidos del siglo XX, la verdad, dan un poco de alipori.
Lo mismo vale decir para la abadía de Westminster, el Panteón y los Invalides parisinos, y así sucesivamente, pero tendríamos problemas para añadir a los múltiples walhallas, panteones y westminsteres algunos individuos de las últimas hornadas, aunque las autoridades lo intentan. Parece como si, después de la Segunda Guerra Mundial, se hubiera agotado la capacidad de producir grandes individuos occidentales.
«Los caballos se adaptaron tan maravillosamente al Nuevo Mundo porque, en efecto, allí habían vivido»
Esto me lleva a pensar que cuando se dijo que habíamos llegado al fin de la historia, en realidad quería decirse que habíamos llegado al fin del relato de los grandes individuos o de los individuos tout court. Y si así fuera, no hay remedio y todo lo que nos queda por hacer es tratar de convertirnos en caballos.
Lo de los caballos no es un chiste. El padre de todos los caballos apareció en América del Norte hace 40 o 60 millones de años. Pero luego se expandió libre y alegremente por el continente asiático, donde había llegado tras cruzar a pezuña desnuda el estrecho de Bering, que entonces era tierra firme. Mientras tanto, hacia el 8.000 antes de Cristo, se extinguió en América, es decir, justo cuando nuestros antepasados europeos pintaban unos caballos en las cuevas de Chauvet que da gusto verlos. Pero (ahora llega lo bueno) en 1493, cuando su segundo viaje, llevó Colón consigo 25 ejemplares equinos en sus naves, y se adaptaron tan maravillosamente al Nuevo Mundo que parecía como si siempre hubieran vivido en él, y es que, en efecto, allí habían vivido.
De modo que, si fuésemos caballos, nos cabría la esperanza de que ahora los grandes individuos se hubieran extinguido en Occidente, pero los hubiera muy buenos y hermosos en algún otro lugar del globo, en Australia o en Nueva Guinea, y que dentro de unos cuantos miles de años regresaran a nuestras tierras y fueran tan felices como si nunca se hubieran ido.
Deseo de ser caballo…
N.B. Si alguien quiere saber todo lo que hay que saber sobre los caballos, léase Adiós al caballo. Historia de una separación, de Ulrich Raulff (Taurus).