THE OBJECTIVE
Félix de Azúa

Al este del Edén

«Por suerte, Felipe II, que era muy prudente, puso fin a la aventura de colonizar China en 1589. Bastante tenía con una América para que se la duplicaran»

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Al este del Edén

Erich Gordon

Estamos tan habituados a pensar, hablar y leer sobre el descubrimiento y la conquista de Nueva España que apenas sabemos nada (bueno, yo no sé nada) sobre el otro lado, es decir, sobre la China, la cual, aunque parezca mentira, estuvimos a punto de colonizar como una segunda América. La historia es tan extraordinaria como se puede suponer y ahora es posible leerla gracias al soberbio prólogo de nuestro docto colega Juan Gil a la Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran reino de la China, escrito por Juan González de Mendoza y editado en 1585 (Biblioteca Castro).

El texto renacentista de Mendoza es apasionante, pero las trescientas páginas de Juan Gil no lo son menos porque dan idea de cómo apareció aquel gigante, oculto desde hacía miles de años, y cómo se fue dejando ver a los ojos de unos cuantos exploradores españoles y portugueses, poco a poco, como si fuera descubriéndose centímetro a centímetro un elefante.

Para empezar, por supuesto, por no existir no tenía ni siquiera nombre. El primero conocido fue el de Serica, por la seda que se suponía cardaban los seres directamente de los árboles, pero sin más precisión. Todavía Plinio el Viejo situaba allí a los escitas antropófagos. En España el continente aparece en el siglo XIV con Juan de Pian y lo llama Cathay, nombre que perdurará gracias a Marco Polo, tan leído y anotado por Cristóbal Colón. Pero el asalto no viene hasta 1511, cuando Alfonso de Albuquerque se adueña de Malaca y el dominio de los seres le cae a un tiro de piedra.

No era tan fácil: los chinos condenaban a muerte a todo extranjero que pisara su tierra. Y los portugueses la consideraban suya por el Tratado de Tordesillas. Tras mil peripecias, Leonel de Sousa se instala en Cantón en 1553 con permiso para traficar y a partir de entonces empieza saberse algo, aunque poco y mal. Por ejemplo, se atribuye a los naturales el vicio de la sodomía y por eso se producen tantos terremotos, dice muy convencido fray Gaspar de Cruz.

«Los frailes que veían aquel colosal banco de futuros cristianos con codicia de martirio serán los primeros en pisar tierra china»

Al principio los españoles, acuartelados en Cebú, toman a los chinos por indios, como en América, pero hasta 1571 no permitió Felipe II que se llevaran armas y municiones a las Filipinas. En realidad, dada la prudencia de la corona, los encendidos frailes, que veían aquel colosal banco de futuros cristianos con enorme codicia de martirio, serán los primeros en pisar tierra china, contra las autoridades chinas, españolas y portuguesas. Así, en 1578 el franciscano Pedro de Alfaro decide entrar por las bravas en el continente. Se produce un conflicto muy serio, pero no había modo de detener a aquellos insensatos en busca de martirio. Para ellos era el máximo negocio.

Los portugueses empezaron a calumniar a los frailes acusándoles de espionaje, lo que provocó que el martirio se aproximara velozmente. Harto de problemas, el gobernador, Francisco de Sande, dio permiso a los franciscanos para que pusieran en Macao la primera piedra del convento de Santa María de los Ángeles a ver si allí se juntaban todos y le dejaban en paz. Los frailes, por su parte, le escribían al rey que aquella persecución contra cristianos justificaba el uso de la fuerza armada. Por suerte, Felipe II, que era muy prudente, puso fin a la aventura china en 1589. Bastante tenía con una América para que se la duplicaran.

Si estas son las aventuras que nos cuenta el prólogo, imaginen las del texto de Juan González de Mendoza, riojano nacido en 1545 y de ascendencia judía. Otro gran descubrimiento.

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