THE OBJECTIVE
Ramon Gonzalez Ferriz

Tecnología

El futuro, tal como lo imaginábamos en el pasado, no ha tenido lugar. Seguimos dependiendo de viejas tecnologías como la red eléctrica o el coche, por no hablar de las cloacas o los cuchillos.

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El futuro, tal como lo imaginábamos en el pasado, no ha tenido lugar. Seguimos dependiendo de viejas tecnologías como la red eléctrica o el coche, por no hablar de las cloacas o los cuchillos.

Desde la Revolución Industrial, hace unos 250 años, los humanos hemos creído una y otra vez que los avances tecnológicos no sólo iban a mejorar aspectos de nuestra vida -cosa que sin duda han hecho- sino que iban a acabar con todos nuestros males -cosa que evidentemente no han conseguido-. A lo largo de este tiempo se ha creído que los transportes por carretera eliminarían las fronteras entre las naciones. Que el telégrafo, al terminar con la incomunicación, acabaría con las guerras. Que la radio llevaría la cultura hasta el último individuo. Y que el cine uniría a “todos los pueblos del mundo”, en palabras del novelista Jack London.

No ha sido así. Y todas las visiones futuristas de un mundo sin conflictos gracias a la tecnología han fallado. El futuro, tal como lo imaginábamos en el pasado, no ha tenido lugar y seguimos dependiendo de viejas tecnologías como la red eléctrica o el coche, por no hablar de las cloacas o los cuchillos. No disponemos de los prometidos jetpacks, los robots no tienen una función esencial en las casas y nuestra vida sexual es -¿recuerdan el Orgasmatrón?- tan entretenida o aburrida como siempre.

Pero también hay buenas noticias: si la tecnología ha despertado esperanzas exageradas, también ha alentado catastrofismos que han demostrado ser infundados. Los trenes han cambiado paisajes, pero no han destruido la naturaleza como temieron los poetas románticos, predecesores de nuestros ecologistas. La bomba atómica mató a un número horroroso de personas, pero no destruyó la humanidad, como se creyó que podía hacer. Y es posible que Internet nos distraiga, pero está por ver si nos vuelve más idiotas.

Nuestra capacidad para fabular mundos perfectos y para predecir el apocalipsis es ilimitada. Somos sorprendentemente poco racionales con los productos de la razón.

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