Punto limpio

No hay nada más sistemático que la destrucción del orden cívico. No otra cosa es el terrorismo en sus distintas modalidades

Por una de esas paradojas de la vida, el lugar donde se depositan los contenedores de basura se denomina «punto limpio». Es uno de los artefactos favoritos para que los nuevos bárbaros contemporáneos ejerciten la violencia callejera. Simplemente hacen barricadas con ellos y los queman. El material es fungible, no como los adoquines de las revueltas clásicas. La feroz iniciativa la tomaron, primero, los energúmenos de la ETA. La han seguido después los «indignados» de cualquier famélica legión. La basura llama a la basura. 

Bajo los desnudos plátanos de la plaza, los contenedores son testigos mudos de la fascinación que ejercen sobre los individuos que melosamente llamamos «anti sistema». Pero no hay nada más sistemático que la destrucción del orden cívico. No otra cosa es el terrorismo en sus distintas modalidades. 

Se podría redargüir que los facinerosos de la ETA ya no queman contenedores, como símbolo de otras hazañas más atroces. No lo necesitan. Es posible incluso que algunos de sus hoplitas sean concejales de urbanismo o hasta alcaldes. Pero no han pedido perdón, no han resarcido a las víctimas de sus fechorías, no han colaborado con la Justicia para detener a sus antiguos camaradas. Por tanto, no se han disuelto, como dicen; ahí siguen. La polémica sobre quién ha vencido, si el Estado o el terrorismo, se contesta por sí sola. Los terroristas son ya parte del Estado.

Es triste que los contenedores de basura, un signo de civilización, puedan ser un estímulo visual para imaginar las iniquidades de las bandas destructoras. Dicen que el hedor de la basura quemada semeja al que sale de los crematorios, las hogueras donde se quemaban a las pobres brujas. En todos los casos los sayones suelen ir con la cara tapada. No es una guerra; es cobardía.