Las pelotas de Di María
En el fútbol, un simple gesto da para una semana de debate.
En el fútbol, un simple gesto da para una semana de debate.
En el fútbol, un simple gesto da para una semana de debate. Les supongo advertidos de la falta de respeto de Di María al respetable: el futbolista se llevó la mano a la entrepierna y se agarró ostensiblemente las gónadas. En su descargo, el jugador se ha excusado asegurando que su única intención era recolocarse el paquete testicular. Ordinario, en cualquier caso. Tan ajeno a las más elementales reglas de urbanidad como a la importancia de tener las pelotas en su sitio.
Las pelotas marcan nuestras vidas. Y no me refiero sólo al deporte del balón y el negocio que alimenta. Cotidianamente, tiramos de las pelotas para expresar innumerables ideas, lo que convierte el término en uno de los más importantes de nuestro vocabulario. Por eso, conviene cuidar su empleo.
Las pelotas son delicadas, y más cuando salen de nuestra boca. El singular y el plural varía su significado, pues el dolor de pelota equivale a la jaqueca y si es de pelotas agudiza el padecimiento. El simple cambio de preposición hace que nos veamos obligados a hacer algo, por pelotas, o mostrarnos como nuestra madre nos trajo al mundo, en pelotas. Los sufijos pueden formar un grupo de ciclistas, el pelotón, o mostrar la falta de higiene del ombligo, las pelotillas.
En Argentina, pelotudo vale igualmente para señalar a un imbécil o magnificar la excelencia de algo. Pero donde la pelota alcanza su máximo esplendor es en la política. Ahí hay auténticos expertos en pasarse la pelota, en hacer la pelota, en tocarse las pelotas y hasta en dar pelotazos. Perdonen ustedes la digresión, pero es que hay veces en que se me va la pelota. Como a Di María.
