El horror de Francisco
El papa Francisco ha hablado de descartar comida. Y de descartar niños.
El papa Francisco ha hablado de descartar comida. Y de descartar niños.
El papa Francisco ha hablado de descartar comida. Y de descartar niños. El pontífice campechano ha mezclado churras con merinas, en una irresponsabilidad más propia de un tertuliano cualquiera que de una de las mayores autoridades morales del planeta, guía espiritual de decenas de millones de personas.
El ex arzobispo de Buenos Aires denunció ayer en el Vaticano «la cantidad de alimento que se desperdicia cada día en muchas partes del mundo, inmersas en la que he definido en varias ocasiones como la cultura del descarte». Y añadió: «Por desgracia, objeto de descarte no es sólo el alimento o los bienes superfluos, sino con frecuencia los mismos seres humanos, que vienen descartados como si fueran cosas no necesarias».
Es una idea peregrina y ofensiva poner en el mismo nivel un yogur caducado o una silla del Ikea que un aborto. Sobre todo, para el jefe de una iglesia que cree que un óvulo recién fecundado es un niño con más derechos que la madre que lo engendra.
Aunque no en el sentido del que habla el papa, el aborto y el alimento sí tienen que ver. La explotación de la mujer, la nula educación sexual y el escaso acceso a los anticonceptivos provocan que muchas mujeres en países subdesarrollados terminen embarazadas de hijos que no pueden alimentar, y se vean obligadas a abortarlos, en pésimas condiciones para su salud, física y mental, o a tenerlos contra su voluntad. Un estudio reciente realizado en EEUU muestra que las mujeres a las que se niega el aborto triplican el riesgo de caer en la pobreza tras parir. Esos niños no se “tiran” a la basura, imaginamos que para tranquilidad del papa, a quien sólo parece preocupar los nueve meses de concepción de un ser humano. La vida de miseria a la que después se pueda ver abocado no parece ser objeto de su interés.
Esa penosa situación podría paliarse si la poderosa Iglesia católica dejara de impedir que los anticonceptivos llegaran a la población en los países más subdesarrollados, y colaborase en la educación sexual de los ciudadanos, y no en el miedo y la ignorancia. El sumo pontífice aseguró que “suscita horror sólo el pensar en los niños que no podrán ver nunca la luz, víctimas del aborto”. A mí me causa horror que el jefe de la Iglesia se preocupe más por el bienestar de los no nacidos que por el dolor provocado a los que son obligados a nacer, y a sus familias. El papa también se lamentaba por los niños que “son utilizados como soldados, violentados o asesinados en los conflictos armados, o hechos objeto de la trata de personas”. Quizá algún día le oigamos horrorizarse también no sólo por los niños no nacidos, los asesinados o los violentados, sino por aquellos de los que se ha abusado en el seno de su propia Iglesia.