La memoria de Suárez

Paradoja, que unos cuantos espabilados se beneficien de la memoria de un enfermo de Alzheimer. Pues en esas estamos. Otra vez el culto al fiambre provoca elogios entre quienes detestaron a Suárez.

Paradoja, que unos cuantos espabilados se beneficien de la memoria de un enfermo de Alzheimer. Pues en esas estamos. Otra vez el culto al fiambre provoca elogios entre quienes detestaron a Suárez. Y los ciudadanos lo recuerdan como si alguna vez lo hubieran querido, incluso como si lo hubieran votado. La realidad es que al de Cebreros sólo le gritaron «viva» después de muerto.

En el corifeo de rostros reunidos en torno al túmulo y el tumulto, destaca Pilar Urbano. Cumplí la penitencia de leer su tocho hagiográfico sobre Garzón y algún bodrio más, pero declino siquiera hojear esto de ahora. Urbano aprovecha la luz de los cirios fúnebres para promocionar su última ocurrencia, en la que dice que Suárez le dijo que el Rey impulsó el golpe y luego lo paró. No lo asegura ella, que sería un acto de valentía; lo pone en la boca sellada de quien, desde la tumba, ya no puede desmentirla.

Sepultado Suárez, el finado más lustroso de las últimas décadas, la escritora que confunde oportunidad y oportunismo, reaviva los chismes del 23 F. Desde que se supo que Urdangarín había encontrado en el matrimonio una experiencia enriquecedora, la Corona padece sus momentos más bajos. Por el duque consorte con sus ingresos bancarios o por el rey con sus ingresos hospitalarios, no hay semana sin sobresalto en un Palacio, que más que Zarzuela parece vodevil. Y ahora esto, que enardece a quienes con la excusa de juzgar al yerno buscan condenar al suegro. Cayo Lara, ese sujeto que llama golpistas y fascistas a los venezolanos que se manifiestan contra Maduro y héroes del pueblo a los que revientan escaparates en el Paseo de la Castellana, ya ha pedido que se desclasifiquen los documentos del golpe. A ver si aquel golpe va a servir para asestar otro.