Letreros para un mundo miope
C. S. Lewis solía decir que el ser humano vive en un mundo de penumbra, una especie de cueva platónica en donde sólo vemos sombras de aquella auténtica realidad a la que tiende nuestro corazón: el cielo. Y lleva mucha razón.
C. S. Lewis solía decir que el ser humano vive en un mundo de penumbra, una especie de cueva platónica en donde sólo vemos sombras de aquella auténtica realidad a la que tiende nuestro corazón: el cielo. Y lleva mucha razón.
C. S. Lewis solía decir que el ser humano vive en un mundo de penumbra, una especie de cueva platónica en donde sólo vemos sombras de aquella auténtica realidad a la que tiende nuestro corazón: el cielo. Y lleva mucha razón. Basta lanzar una mirada a nuestra sociedad para darnos cuenta que se busca a tientas la felicidad como miopes espirituales que no ven más allá de su propio placer. Y muchas veces –tantas– se equivocan.
Sin embargo, «cada cierto tiempo, Dios señala el camino que Él quiere que sigan las cosas que han de ocurrir, y el letrero que Él usa una y otra vez es un santo» (Louis de Whol). Hombres y mujeres que nos guían, como señales de tráfico, hacia la meta auténtica, hacia la construcción de un mundo más auténtico, más humano, más divino.
La vida de los santos es historia, a través de los santos se hace historia y, lo que es mejor, la hacen de la manera que a Dios más le agrada. La historia, sin los santos, sólo son guerras, luchas de poder, vivir en una «cultura del descarte», como le gusta llamarla el Papa Francisco. Tristeza, desolación, muerte.
Por eso, la jornada histórica de ayer es como un grito de Dios a nuestro mundo cansado. Juan Pablo II y Juan XXIII vuelven a recordarnos, con el testimonio de sus vidas, que no debemos tener miedo a Dios y al hombre, en palabras del Papa polaco, y que ser dóciles a Dios, tal como lo vivió el Papa Roncalli, nos llena de esa paz que tanto buscamos. Hagámosles caso. Ambos nos invitan a buscar la felicidad en la única Persona que realmente llena el corazón humano: en Dios.