¿Repatriar al enfermo de ébola?
La «cobardía» siempre tiene más morbo que la valentía que se ha convertido en rutina para muchos cooperantes en este continente. A Pajares solo queda desearle tanta caridad como él ha practicado. Que Dios (y sobre todo, los médicos) le asistan.
La «cobardía» siempre tiene más morbo que la valentía que se ha convertido en rutina para muchos cooperantes en este continente. A Pajares solo queda desearle tanta caridad como él ha practicado. Que Dios (y sobre todo, los médicos) le asistan.
Hasta para morir es una suerte ser occidental, especialmente si se trata de hacerlo cómodamente. La parca siempre ha tenido un punto democrático, al ser un inexorable destino al que siempre llegan tanto el pobre como el rico. Uno probablemente antes que el otro. Ni un euro de su envidiada fortuna salvó a Steve Jobs de su cáncer.
Esta semana se ha desatado la polémica cuando España ha repatriado al religioso Miguel Pajares, contagiado de ébola, que hacía servicio humanitario en Liberia. Muchos se han preguntado estos días cuánto tiene de caridad este acto y cuánto de marketing. Para transportar al austero religioso, que siempre luchó contra la miseria, han empleado el avión que también usa el Rey. Es delicado (y queda muy feo en las discusiones) insinuar que este cura no ha cumplido con su misión religiosa hasta el final, como sí lo han hecho algunos sanitarios laicos que se han quedado a morir por su compromiso en tierras africanas. Es un asunto difícil de juzgar. En su situación, probablemente cualquiera hubiera cambiado la dosis de moralina que suministramos los que opinamos por otra de antídoto. En el caso del ébola no existe. Así que me temo que nos tendremos que conformar con la moral.
Pajares disfrutará en el Carlos III de unos doce médicos (por turnos) para él y la religiosa que lo acompaña. Una realidad muy lejana a la que deja en África, donde los sanitarios se ven desbordados y los enfermos multiplican por mucho a los médicos. A disposición del religioso español, una nube de periodistas en la puerta, de los mismos medios que hasta principios de julio aún se conformaban con el ébola de los teletipos, aunque este hubiera fagocitado ya unos 400 seres humanos en África.
Hoy la noticia es el que se va y no los que se quedan. Tras muchos años de servicio anónimo en la lucha contra la pobreza, Pajares ocupa portadas por abandonar esa tierra a la que tanto ha servido desde el anonimato sin que a nadie le importara. La «cobardía» siempre tiene más morbo que la valentía que se ha convertido en rutina para muchos cooperantes en este continente.
La misionera Paciencia Melgar, que no es española pero sí ha caído enferma de ébola, aún sigue allí. Desde lejos no contribuye a las peores profecías del fin del mundo, ni de la pandemia que acabará con la humanidad, una fantasía que es alimentada periódicamente por series de ficción, como Walking Dead, o telediarios que abren con las vacas locas, la gripe A o la enfermedad que toque cada pocos años. La malaria mata cada año a más gente que el ébola. Y a nadie le importa si no se lo recuerda un anuncio lacrimógeno de Médicos Sin Fronteras.
A Pajares solo queda desearle tanta caridad como él ha practicado. Que Dios (y sobre todo, los médicos) le asistan.