Hasta mañana, buenas noches
Son infinitas las formas de dormirse en verano, época propicia al sueño y también a soñar que otra vida es posible para cada uno de nosotros. Dormimos y soñamos con contruir otro decorado para nuestros días.
Son infinitas las formas de dormirse en verano, época propicia al sueño y también a soñar que otra vida es posible para cada uno de nosotros. Dormimos y soñamos con contruir otro decorado para nuestros días.
Dormitar sobre la arena en la playa, mientras escuchas el vaivén de las olas y el tic tac de los ubicuos palistas; reposar en el sofá acariciado por el ventilador, escuchando el pasar lejano de algún que otro coche solitario por la calle; adormecerse viendo una de esas películas malas del oeste, hipnóticas en su previsible guión; amodorrarse después de una comida copiosa, refugiado en la penumbra de unas persianas medio bajadas; adormilarse en un aeropuerto, mientras tu compañera está alerta por si hay algún aviso; descansar en un hotel limpio y fresco tras un día extenuante de caminatas turísticas; yacer cual Quijote en una venta de Castilla, con el secarral en el horizonte y el calor llamando en las ventanas; pernoctar en algún precioso parador e imaginar que eres un famoso juglar que en breve partirá a la Toscana a triunfar con sus versos.
Son infinitas las formas de dormirse en verano, época propicia al sueño y también a soñar que otra vida es posible para cada uno de nosotros. Dormimos y soñamos con contruir otro decorado para nuestros días: que estaremos más en forma, que aprenderemos algún idioma exótico, que cambiaremos por fin de trabajo para aliviar el peso de la rutina. En esa duermevela feliz previa al sueño, todo habita en el reino de lo posible, todo nos parece más liviano, más cercano, más sencillo.
Dormimos, todos, cada día; y durante unas horas quedamos totalmente a merced del mundo, indefensos, vulnerables, con nuestros sentidos en suspenso. Qué extraña esa obligación humana de tener que “dejar de ser nosotros” un rato cada día; de confiar en que nada de lo que nos rodea nos lastimará en todo ese tiempo de pausa y de abandono.
Durmamos pues, amigos. Ya llegará el invierno madrileño con sus atascos “a la altura de Campamento” o “entre Las Rozas y El Plantío”. Ahora les escribo en la medianoche del Algarve, desde mi ventana veo un circo que se afana en desmontar su carpa tras la última función; escucho el sonar de los postes metálicos al chocar entre ellos, descifro alguna que otra frase en el conversar de los operarios que me hacen saber que su equipo es el Sporting de Lisboa.
Es la hora, el artículo está escrito, el sueño me llama. Buenas noches, amigos.