Si quiere usted escribir, tenga gatos
Siempre ha habido secretas simpatías entre los gatos, la soledad, los libros y el silencio
Siempre ha habido secretas simpatías entre los gatos, la soledad, los libros y el silencio
Siempre ha habido secretas simpatías entre los gatos, la soledad, los libros y el silencio. Véase que los príncipes de este mundo se han hecho retratar con perros y caballos, mientras que el gato quedó para posar en el regazo ronroneante de los cardenales. Es animal de interior, y todavía hoy una biblioteca será más biblioteca si un gato se pasea por entre los volúmenes con indiferencia de dama de bolero.
Colette y Kipling les dedicarían novelistas; Perucho y Pla algún artículo; Gautier habló de ellos y el brillo de asimetría de sus ojos hubiese fascinado a un Jean Lorrain. Los gatos tienen la mejor estirpe literaria, desde el epitafio que le dedicó Petrarca al suyo a la piedad del doctor Johnson hacia Hodge, “a very fine cat, a very fine cat indeed”. Gatófilo ejemplar, Léautaud llegó a acumular más de trescientos en su casa, recogidos aquí y allá, por los arrabales de París. Quizá aquello fuera una exageración, pero Léautaud sabía que –como dejó dicho Karl von Betchen- el gato se parece a lo que los escritores querrían ser. Huxley fue aún más determinante: cuando un joven oxoniense le pidió consejo para iniciar su carrera literaria, se limitó a decirle, “si quiere usted escribir, tenga gatos”. Sí, exageraciones. Pero también la sabiduría de que la mirada de los animales nos devuelve nuestra propia humanidad.