Dolor a pellizquitos
Sientan ese dolor. Esos abrazos en la profundidad de la desesperación. Esos ojos que ya no ven. Ese cuerpo que ya no se sostiene. ¿Los notan? ¿Les duelen la piel, el estómago y el corazón?
Sientan ese dolor. Esos abrazos en la profundidad de la desesperación. Esos ojos que ya no ven. Ese cuerpo que ya no se sostiene. ¿Los notan? ¿Les duelen la piel, el estómago y el corazón?
Miren estas lágrimas. Mírenlas bien.
Sientan ese dolor. Esos abrazos en la profundidad de la desesperación. Esos ojos que ya no ven. Ese cuerpo que ya no se sostiene. ¿Los notan? ¿Les duelen la piel, el estómago y el corazón?
¿Imaginan algo semejante? ¿Imaginan dejar a sus hijos una mañana en el colegio, para no recogerlos nunca más? ¿Imaginan una llamada de teléfono que les anuncie que unos terroristas han entrado en la escuela y han matado a 132 niños, entre ellos los suyos?
Sin embargo, nosotros seguimos aquí, en nuestro lado del cristal, sintiendo sin sentir. Nos llega el dolor como a cachitos. Nos conmovemos como a cachitos. Nos duele como a cachitos.
Como también nos duelen a cachitos los bebés muertos en los últimos naufragios de pateras. Oímos a esas madres desgarrando el aire con sus gritos y sí, ahí están, pero no terminamos de sentirlas. ¿Imaginan perder a un hijo así, mientras intentas darle una vida mejor? (muchos de esos niños, por cierto, los más pequeños, nacen en el largo camino de dos años en que sus madres tardan en recorrer media África hasta llegar a Marruecos. Pocas veces son concebidos dentro de una pareja, sino que la mayoría son fruto de violaciones, incluso de miembros del ejército o de la policía de los países por los que transitan, o de matrimonios de conveniencia durante el viaje, en los que las mujeres buscan protección).
Sin embargo, por esas madres dolientes sentimos dolor a pellizquitos, como si fueran de otro mundo, como si tuvieran menos derecho a sufrir que nosotros, o como si la muerte de un hijo les doliera menos que a nosotros.
Están lejos, es otro país, otra cultura, no somos nosotros, pensamos.
Por eso nos duele más un niño asesinado en una escuela de Estados Unidos que 132 en Afganistán. Así que luego no pidamos que otros nos entiendan a nosotros. O lo que necesitamos. O a nuestro dolor.