Je suis Coulibaly
Tampoco soy musulmán (prefiero el jamón a los dátiles). Ni soy católico, ya que estudié en un colegio de curas y vi la luz. Ni tengo la nariz tan grande como para ser judío. Gracias a Dios, soy agnóstico. Practicante.
Tampoco soy musulmán (prefiero el jamón a los dátiles). Ni soy católico, ya que estudié en un colegio de curas y vi la luz. Ni tengo la nariz tan grande como para ser judío. Gracias a Dios, soy agnóstico. Practicante.
En los últimos días he sufrido las bromas de algunos amigos acerca de mi apellido, que coincide con el de uno de los terroristas del atentado de París. Concretamente, el que asedió el establecimiento de comida judía (ya lo decía mi abuela que entre todos nos estamos cargando el pequeño comercio). La verdad, no me hubiera importado tener un primo armado con dos ‘kalashnikov’ compartiendo mesa en las comidas familiares de Navidad. Ese maldito turrón de almendras tan difícil de partir. Pero no, no éramos parientes. En el mundo habrá unas 50.000 personas que se llaman Coulibaly y en otros planetas lo desconozco.
Tampoco soy musulmán (prefiero el jamón a los dátiles). Ni soy católico, ya que estudié en un colegio de curas y vi la luz. Ni tengo la nariz tan grande como para ser judío. Gracias a Dios, soy agnóstico. Practicante.
Y, por supuesto, no estoy a favor de ir por la calle matando dibujantes, comerciantes y policías.
Pero tampoco soy Charlie. No comparto esta libertad de expresión, muy propia del Colonialismo del siglo XXI, que se burla de una religión cuyos seguidores en Francia pertenecen, en su mayoría, a la clase más obrera. ¿O acaso piensan que el millonario árabe propietario del Paris Saint Germain es suscriptor de la revista?
Al final, islamistas fanáticos, amigos y conocidos de las esvásticas y burgueses con chaqueta de pana están convirtiendo un problema entre ricos y pobres en un conflicto más divino que humano. Eso sí, en la manifestación de París no faltaba casi nadie. Todos con la pegatina de ‘Je suis Charlie’. Desde líderes políticos que en sus países encarcelan a periodistas hasta otros que promulgan una ley mordaza. Sólo faltaba el pequeño Nicolás. Bueno, estaba Sarkozy, que se llama Nicolás y también es pequeño. Que Dios nos pille confesados.