THE OBJECTIVE
Miguel Ángel Contreras

Bípedos binarios

Cuando el tiempo me lo permite tengo por costumbre reflexionar sobre el ser humano: Sus logros, anhelos, angustias y desesperaciones múltiples y siempre concluyo haciéndome la misma pregunta: ¿Cuándo decidirán los robots tomar el mando de las operaciones y acabar con nuestra ‘plácida’ existencia? La incertidumbre me está matando.

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Cuando el tiempo me lo permite tengo por costumbre reflexionar sobre el ser humano: Sus logros, anhelos, angustias y desesperaciones múltiples y siempre concluyo haciéndome la misma pregunta: ¿Cuándo decidirán los robots tomar el mando de las operaciones y acabar con nuestra ‘plácida’ existencia? La incertidumbre me está matando.

Cuando el tiempo me lo permite tengo por costumbre reflexionar sobre el ser humano: Sus logros, anhelos, angustias y desesperaciones múltiples y siempre concluyo haciéndome la misma pregunta: ¿Cuándo decidirán los robots tomar el mando de las operaciones y acabar con nuestra ‘plácida’ existencia? La incertidumbre me está matando.

A pesar de los considerables avances en el campo de la robótica, la inteligencia humana no termina de dar el paso definitivo en la, llamemos, cesión voluntaria de los derechos de residencia y control del universo conocido, a manos de los bípedos binarios.Ni siquiera el entusiasmo de los investigadores surcoreanos y japoneses, por quienes siento un respeto sepulcral, ha logrado que la toma de decisiones pase a formar parte de nuestros recuerdos como especie. 

Porque los modos de vivir que han ido conformando nuestra sociedad desde el ‘añorado’ homo cazador recolector; las reglas de comportamiento de las que nos sentimos muy orgullosos, no son nada en comparación con las posibilidades que ofrece una vida coordinada hasta la subordinación total por robots de cálida mirada y voz aguda pero no estridente.

Aceptemos lo evidente. Dejemos de rasgarnos las vestiduras recordando no sé qué legados apilados en viejos anaqueles a cuya consulta nos lanzamos cada vez que las fuerzas del progreso tocan, cual Lutero, a las puertas del templo. 

Saludemos la llegada, como hace el artilugio de la foto de AP, a los nuevos compatriotas que posiblemente hagan de este planeta un lugar algo más agradable en el que acabar nuestros días como simples mayordomos de la enésima actualización del sistema operativo.

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