THE OBJECTIVE
Hermann Tertsch

Gamberreando en Corea del Norte

El joven norteamericano Otto Frederick Warmbier fue al estado dictatorial más cerrado del mundo por curiosidad. Porque era un turista al que nada se había perdido en aquel infierno creado por una dinastía encanallada de comunistas, fanáticos solo de su poder e implacables en la defensa del mismo. Ahora ha sido condenado a 15 años de trabajos forzados en Corea del Norte. Pena a la que sin lugar a dudas no sobreviviría si se le aplicara como a los norcoreanos que las sufren a centenares de miles. El joven norteamericano será tratado razonablemente mal hasta que el régimen considere que le conviene un canje a cambio quién sabe de qué. Dice la noticia que probablemente haya sido forzado el joven a confesar. Dudo que les costara mucho arrancarle una confesión del robo de ese cartel o banderín -no queda claro- de propaganda política. Pero sin duda ha sido forzado por las circunstancias propias de esa situación que son, ni más ni menos, las de una de las peores pesadillas imaginables. Con la terrible pega de ser cruda realidad. Pero el pobre Otto en realidad no es solo víctima del siniestro régimen de la familia Kim, sino del sistema abierto, feliz, autosatisfecho y faldicorto del que procede. Y eso que hablamos de la democracia norteamericana y no de las europeas que se consideran más avanzadas por tener cada vez menos que respetar. Y en especial se podría hablar de la democracia española, tan descontrolada en generalizar la impunidad, que lanza a sus jóvenes al mundo convencidos de que también en el resto del mundo se respeta todo tan poco como en España. No es así y después llegan los disgustos. Y no solo por la percepción de impunidad en los considerados delitos menores como el consumo de drogas blandas, la estafa del uso del transporte público sin pagar y los robos. Todos los años llegan los disgustos en vacaciones cuando jóvenes occidentales se van de viaje y pretenden divertirse en la transgresión en países en los que precisamente la transgresión es lo que menos divertido se considera.

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Gamberreando en Corea del Norte

El joven norteamericano Otto Frederick Warmbier fue al estado dictatorial más cerrado del mundo por curiosidad. Porque era un turista al que nada se había perdido en aquel infierno creado por una dinastía encanallada de comunistas, fanáticos solo de su poder e implacables en la defensa del mismo. Ahora ha sido condenado a 15 años de trabajos forzados en Corea del Norte. Pena a la que sin lugar a dudas no sobreviviría si se le aplicara como a los norcoreanos que las sufren a centenares de miles. El joven norteamericano será tratado razonablemente mal hasta que el régimen considere que le conviene un canje a cambio quién sabe de qué. Dice la noticia que probablemente haya sido forzado el joven a confesar. Dudo que les costara mucho arrancarle una confesión del robo de ese cartel o banderín -no queda claro- de propaganda política. Pero sin duda ha sido forzado por las circunstancias propias de esa situación que son, ni más ni menos, las de una de las peores pesadillas imaginables. Con la terrible pega de ser cruda realidad. Pero el pobre Otto en realidad no es solo víctima del siniestro régimen de la familia Kim, sino del sistema abierto, feliz, autosatisfecho y faldicorto del que procede. Y eso que hablamos de la democracia norteamericana y no de las europeas que se consideran más avanzadas por tener cada vez menos que respetar. Y en especial se podría hablar de la democracia española, tan descontrolada en generalizar la impunidad, que lanza a sus jóvenes al mundo convencidos de que también en el resto del mundo se respeta todo tan poco como en España. No es así y después llegan los disgustos. Y no solo por la percepción de impunidad en los considerados delitos menores como el consumo de drogas blandas, la estafa del uso del transporte público sin pagar y los robos. Todos los años llegan los disgustos en vacaciones cuando jóvenes occidentales se van de viaje y pretenden divertirse en la transgresión en países en los que precisamente la transgresión es lo que menos divertido se considera.

Muchas veces es por pura falta de respeto, porque se educa sin respeto a lo que sí se respeta en otras partes, véase las banderas nacionales, los monumentos, las imágenes de héroes y personalidades, los símbolos y actitudes y ceremonias de honra. O por la falta de cultura que hace imposible la empatía con las autoridades de los países anfitriones y muchas veces incomprensible la ofensa. El caso del pobre Otto es extremo porque se produce en un país con un régimen paranoico en el que la arbitrariedad es absoluta. Pero parece claro que quiso robar la bandera o el pasquín para llevarse a casa un souvenir sin ser consciente de dónde estaba y con quién estaba jugando. Dicho esto, puede que toda la presentación del caso sea mentira. Y que Otto no quisiera robar un pasquín y en realidad sea un héroe, detenido con los planos de algún campo de concentración con testimonios para denunciar ante el mundo aquella monstruosidad. O puede que ni una cosa ni otra y que sea simplemente la necesidad del régimen de extorsionar a sus familiares y lograr algo de EEUU. No puedo concluir sin reconocer que yo me llevé una corbata de Nicolae Ceausescu de su palacio recién asaltado por el ejército, cuando el dictador y Elena aun esperaban ser juzgados sumariamente y ejecutados después. Al salir del palacio en Bucarest fuimos cacheados por soldados tanto mi caro acompañante Arturo Perez Reverte como yo. Y pasó inadvertida aquella espantosa corbata que jamás me pude poner. Que andará perdida en cajas de trofeos de décadas de viajes en desorden. La he recordado ahora al ver la imagen de Otto al escuchar la sentencia de 15 años de trabajos forzados. Y, lo que es el paso del tiempo, no siento alivio sino cierta mala conciencia de aquel robo al condenado a muerte, un leve arrepentimiento, una fugaz vergüenza.

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