¿Hacia una nueva espiral del silencio?
En mayo de 2015, Covite colocó 73 placas en San Sebastián en recuerdo de los 96 asesinados por la barbarie en esta ciudad: 94 víctimas de ETA, una del Batallón Vasco Español y otra del DRIL. El colectivo no tardó ni una semana en ver sus distintivos arrancados. Uno de ellos, el situado en el bar donde Gregorio Ordóñez fue tiroteado en 1995. La tumba de Ordóñez ha sido profanada varias veces, alguna coincidiendo con el aniversario del atentado.
En mayo de 2015, Covite colocó 73 placas en San Sebastián en recuerdo de los 96 asesinados por la barbarie en esta ciudad: 94 víctimas de ETA, una del Batallón Vasco Español y otra del DRIL. El colectivo no tardó ni una semana en ver sus distintivos arrancados. Uno de ellos, el situado en el bar donde Gregorio Ordóñez fue tiroteado en 1995. La tumba de Ordóñez ha sido profanada varias veces, alguna coincidiendo con el aniversario del atentado.
La espiral del silencio imperó en el País Vasco durante demasiados años. El asesinato de Miguel Ángel Blanco fue el punto de inflexión que la rompió. La condena social a ETA se hizo desde entonces más explícita y contundente, más transversal y organizada. Fue lo que se denominó Espíritu de Ermua. Algo decisivo para que la banda se fuera descomponiendo, acosada por la unidad de los demócratas, denostada por la inmensa mayoría de la misma ciudadanía a la que pretendía liderar o representar. Unos ciudadanos que ya no se callaban, que habían perdido el miedo o habían decidido enfrentarlo. La Ley de Partidos, puntilla a cualquier intento por legitimar el terrorismo, no podría haberse alumbrado con otro caldo de cultivo.
Unos años después, derrotado el brazo armado de ETA, se corre el riesgo de caer en otra espiral del silencio. La izquierda abertzale, la misma que dio cobertura política a los asesinos, tiene un protagonismo social sobredimensionado que coarta y eclipsa de nuevo a la gran mayoría que reniega de un movimiento intrínsecamente violento. Su última marca electoral, EH Bildu, está experimentando un retroceso que ni Otegi podrá contener.
Y, sin embargo, los abertzales siguen siendo un agente dinamizador muy importante en las calles, en el día a día de la sociedad vasca y navarra. Hace unos días, un colectivo de ese espectro organizó marchas contra la LOMCE en Vitoria y Pamplona que acabaron en disturbios, enfrentamientos con la policía y detenciones. En la capital navarra, lleva el bastón de mando un abertzale que no logró ni el 17% de los votos. Su compañero de grupo, José Abaurrea, ya era concejal cuando ETA acabó con la vida de Tomás Caballero. Abaurrea había contribuido a señalarlo con la denuncia presentada por él y otros batasunos contra Caballero.
Todas estas cosas tienen que recordarse. Como tienen que colocarse placas en honor de Ordóñez y el resto de víctimas. Corremos el riesgo de consolidar otra endemoniada espiral del silencio y convertirnos en lo que Norbert Bilbeny definió como “idiotas morales”.