El consorcio
A pesar de que constituir una sociedad ‘offshore’ no es un delito, los individuos que aparecen en la filtración de los llamados ‘Papeles de Panamá’ ya han sido objeto del desprecio del vulgo, de esa recua de usuarios que más que darse cita con la actualidad, le ajusta las cuentas. En cierto modo, la producción de esta clase de noticias es inseparable de la demanda del público, cada vez más espasmódico, fisgón y, sobre todo, susceptible de desmayo. El griterío suscitado, por ejemplo, por que los hermanos Almodóvar hubieran tenido ¡hace 25 años! una firma en el país centroamericano no es sino una extensión moral del abucheo a las puertas del juzgado. El principal reactivo de esa barahúnda, claro está, es la condición de adinerados de los presuntos culpables. «¿Y si no es delito, por qué es importante?», se pregunta uno de los diarios que divulga la exclusiva. Y (se) responde: «Los Papeles de Panamá permiten, caso por caso, arrojar luz sobre cómo ricos contribuyentes, bancos y firmas de abogados han realizado operaciones poco éticas y al borde de la legalidad». Consorcio de investigación, lo llaman, pero a mí se me aparecen, como en Bélmez, los rostros de Évole, Wyoming y Pedrerol, esos gigantes del amarillismo, que es al periodismo lo que el populismo a la política. Luz sobre los ricos, en efecto. Eso viene haciendo el Hola, tan ricamente, desde 1944.
A pesar de que constituir una sociedad ‘offshore’ no es un delito, los individuos que aparecen en la filtración de los llamados ‘Papeles de Panamá’ ya han sido objeto del desprecio del vulgo, de esa recua de usuarios que más que darse cita con la actualidad, le ajusta las cuentas. En cierto modo, la producción de esta clase de noticias es inseparable de la demanda del público, cada vez más espasmódico, fisgón y, sobre todo, susceptible de desmayo. El griterío suscitado, por ejemplo, por que los hermanos Almodóvar hubieran tenido ¡hace 25 años! una firma en el país centroamericano no es sino una extensión moral del abucheo a las puertas del juzgado. El principal reactivo de esa barahúnda, claro está, es la condición de adinerados de los presuntos culpables. «¿Y si no es delito, por qué es importante?», se pregunta uno de los diarios que divulga la exclusiva. Y (se) responde: «Los Papeles de Panamá permiten, caso por caso, arrojar luz sobre cómo ricos contribuyentes, bancos y firmas de abogados han realizado operaciones poco éticas y al borde de la legalidad». Consorcio de investigación, lo llaman, pero a mí se me aparecen, como en Bélmez, los rostros de Évole, Wyoming y Pedrerol, esos gigantes del amarillismo, que es al periodismo lo que el populismo a la política. Luz sobre los ricos, en efecto. Eso viene haciendo el Hola, tan ricamente, desde 1944.
Mucho me temo, en fin, que la noticia más asombrosa de cuantas se desprenden de los papeles sea el papeleo: 370 periodistas de un centenar de medios, 365 días, 11 millones de documentos, 2,6 terabytes. Digo yo que toda esa prosopopeya querrá decir algo, no sé muy bien qué, pero algo, y que sin tanta pompa todo quedaría en prosa de circunstancias. ‘¿Me podría resumir lo más relevante de su conferencia?’, le pidió un periodista a Cela. A lo que éste, con su mejor voz de rayos, contestó: «Ah, no, eso lo hace usted que para eso es el periodista». ¡Qué no le habría dicho don Camilo a 370!