Ser liberal no es tener la razón. Es buscarla
Hay un sinfín de causas del populismo que vemos, unas más profundas, otras más obvias, pero hay una, la más sencilla y cotidiana, que lo mantiene vivo como ninguna otra. Y es la antipatía de nosotros los liberales que nos hemos declarado su enemigo. Insisto, no es un tema ideológico (el populismo, vale redundar, no es un tema ideológico), ni de si preferimos fronteras abiertas o cerradas o si creemos en el matrimonio homosexual o si en el individuo es naturalmente bueno o naturalmente malo. Tampoco es un desacuerdo historiográfico, en el que se designan tales o cuales minorías y se busca conseguir justicia en sus nombres. Es simplemente eso, antipatía.
Hay un sinfín de causas del populismo que vemos, unas más profundas, otras más obvias, pero hay una, la más sencilla y cotidiana, que lo mantiene vivo como ninguna otra. Y es la antipatía de nosotros los liberales que nos hemos declarado su enemigo. Insisto, no es un tema ideológico (el populismo, vale redundar, no es un tema ideológico), ni de si preferimos fronteras abiertas o cerradas o si creemos en el matrimonio homosexual o si en el individuo es naturalmente bueno o naturalmente malo. Tampoco es un desacuerdo historiográfico, en el que se designan tales o cuales minorías y se busca conseguir justicia en sus nombres. Es simplemente eso, antipatía. Una antipatía sosa, confiada, taciturna. Casi un reflejo. Como el bostezo de un profesor que de memoria lee lo que ya tantas veces ha escrito en la pizarra.
Me refiero a esa debilidad nuestra de emitir juicios sin entrevista. Empezando, por cierto, por llamar populistas a aquellos con los que no estamos de acuerdo. Ahora resulta que el populismo está en absolutamente todos los países del mundo desarrollado; unos de derecha, otros de izquierda. ¿Qué los une? ¡Pues, que no están de acuerdo con nosotros! O esa otra debilidad de pensar que porque profesamos amor a la libertad, la igualdad y la justicia, eso nos hace más libres, iguales o justos. Yo he conocido veganos que por menos daño que le hagan a los animales no han dejado de romperle el corazón a su pareja. Pero por ahí andan, jurando tener a Dios por las barbas. A veces nosotros hacemos lo mismo. Declaramos racistas, clasistas, xenófobos a nuestros interlocutores empezando a penas la discusión. Hay que recordar que ser liberal no es tener la razón. Es buscarla.
Esa búsqueda nos debería dotar, al menos, de un poquito de paciencia. Y de cautela. ¿Acaso la inmigración, venga como venga, es incondicionalmente buena? ¿Acaso el libre comercio afecta a todos por igual, sin excepción? ¿No podría ser aquello que llamamos malcriadez ser realmente un agravio? Yo si algo he aprendido en la vida es que nada es perfectamente bueno ni perfectamente malo. Ah, y otra cosa: que la política es sumamente compleja. Igual de compleja que nosotros. De manera que yo, que soy inmigrante, cuyo oficio depende directamente del comercio internacional, aún prefiero emitir mi juicio al final. Ya que, tal vez, un poquitito de razón sí que puedan tener. Quién sabe. Mi tarea es escucharlos hasta encontrarla.
A propósito de esto, Isaiah Berlín es para mí el liberal en su máxima expresión. ¿Por qué? Pues porque logró criticar al liberalismo como nadie. Encontró lo que es, hasta hoy, su máxima contradicción. Los valores del liberalismo no pueden convivir todos perfectamente a la vez. La libertad a veces reduce la igualdad; la justicia a veces coarta la autodeterminación. “El sentido fundamental de la libertad es ser libre de las cadenas, de la prisión, de la esclavitud a otro. Todo lo demás es una extensión de esto. Es decir, una metáfora”. Así de complicado, amigos. La búsqueda moral del liberalismo conlleva un sacrificio: no poder tener siempre la razón. La buena noticia es que no hay nada escrito en el pizarrón. Así que no sea usted tan antipático, profesor.