Duelo de empoderadas
Lo dejamos ayer en que Feijóo había tomado al fin la decisión de decidirse y su decisión ha sido la más cobardona; o sea, tal como está el patio pepero, la mejor. Se quedará en el terruño, dedicado a sus labores regionales. Los nuevos hombres somos así: somos nosotros los aquejados por el síndrome de la vicepresidenta, mientras las mujeres de nuestro alrededor salen a dar la batalla. En el caso de las mujeres del PP, a muerte, encarnizadamente, sin piedad. Puede que la sangre salpique hasta las rías.
Lo dejamos ayer en que Feijóo había tomado al fin la decisión de decidirse y su decisión ha sido la más cobardona; o sea, tal como está el patio pepero, la mejor. Se quedará en el terruño, dedicado a sus labores regionales. Los nuevos hombres somos así: somos nosotros los aquejados por el síndrome de la vicepresidenta, mientras las mujeres de nuestro alrededor salen a dar la batalla. En el caso de las mujeres del PP, a muerte, encarnizadamente, sin piedad. Puede que la sangre salpique hasta las rías.
En Twitter, donde gustan las peleas más que en el pueblo irlandés de El hombre tranquilo, todo es expectación y saliveo ante el próximo congreso del PP. Aunque la pelea no va a ser naif como en la película de Ford, sino que va a parecer una de Tarantino. Kill Bill, concretamente. Nos vamos a enterar de lo que son dos mujeres empoderadas luchando por el poder.
Los que están en el tomate saben que la enemistad feroz entre Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal (¡qué dos nombres de novela decimonónica!) ha articulado la política del PP, y por extensión la política nacional, en los últimos años. Pero ha sido una enemistad soterrada, que quizá –descontando algunas imágenes en que se las veía un poco tensas– no hubiésemos percibido sin la indicación de analistas y tertulianos. Ahora esa enemistad sale a la palestra y nos vamos a enterar. Después de haber presentado sus candidaturas, ambas le han quitado yerro al duelo. O sea, que van a matarse.
No sé si esta hegeliana lucha a muerte terminará beneficiando a alguno de los hombres (como el joven Casado) que pasaban por allí… pero en el planteamiento las fuertes son ellas y ellos unos alfeñiques. El problema es que, como escribe Berta González de Vega (¡otro nombre a la par!), eso no contará para el feminismo sectario, que no toma a las mujeres en conjunto, sino que distingue entre buenas y malas. (Lo de siempre, vamos: solo que ahora el juicio moral no lo da la Iglesia sino la ideología, la verdadera religión actual).
Nuestro torturado imaginario –en parte real, en parte ficticio– dice que las mujeres, cuando se ponen, son más crueles que los hombres. Parte del morbo ante el duelo entre Sáenz de Santamaría y Cospedal viene de ahí. No podemos evitar que ese imaginario nos afecte, y aun nos arrastre a no perdernos ni un tic del duelo. Pero en la página fría hay que resaltar lo importante: dos mujeres van a competir por la presidencia de uno de los dos grandes partidos de España, y puede que una de ellas por la presidencia del Gobierno en el futuro.