Debates para no debatir: polémicas, retuits y más
Conversaciones que en las redes sociales se definen como “guerras culturales” no pasan de anodino intercambio de impresiones en la sobremesa. Lo que en un lugar se predispone a palabras como “incendiar”, “polémica” o “ruido”, en el trato personal no va más allá de un debate moderado donde se exponen dos versiones de un mismo hecho.
Conversaciones que en las redes sociales se definen como “guerras culturales” no pasan de anodino intercambio de impresiones en la sobremesa. Lo que en un lugar se predispone a palabras como “incendiar”, “polémica” o “ruido”, en el trato personal no va más allá de un debate moderado donde se exponen dos versiones de un mismo hecho. Y sin demasiada efusividad, sin intenso entusiasmo: el tema queda entre dos orillas cuyo río es de un caudal manso, de sosegado temperamento. Yo opino esto, tú opinas lo otro y poco más. Suele ser así: hay considerable diferencia en la manera en que tratamos los debates en las redes sociales y en la vida ajena al digital ruido.
Es extraño: por el modo en que los abordamos, parece que ni el contenido machista en las letras de Sabina o la connotación homófoba de las palabras o los límites del humor dan síntomas de importar demasiado a la sociedad distante de las redes sociales. Sin embargo, cuando estas cuestiones emergen en el ágora tuitera, transmiten sensación de ser temas relevantes, importantes, temas que captan toda nuestra atención, que generan comentarios, incluso artículos, incluso ensayos. Aunque nunca se llegue a conclusión, aunque siempre sea el perenne cacareo de dos partes que jamás se entienden. Porque quizá no haya nada que entender.
Las redes sociales dan apariencia de “diálogo”, pero su dinámica es distinta. Lo que triunfa en ellas no es el debate: no están diseñadas para el pensamiento sino para el ocio, la dispersión, las distracciones de otras tareas intelectuales. Tuiter se concibe desde el narcisismo, no desde la divulgación altruista o el foro de ideas; ahí no se va a aprender sino a lucirse o dar el espectáculo –en Rufián, por ejemplo, convergen ambas pretensiones-. No importa tanto dilucidar un hecho como ser el que mayor número de retuits e interacciones tenga al comentar ese hecho. Normalmente, desde el tono irónico, burlesco, de gracieta de instituto. Y casi siempre desde el cliché, desde el balbuceo, con el argumento de catálogo, la idea enlatada o el préstamo del tuitero. El por qué la palabra “mariconez” es homófoba qué más da, lo importante es que todo mi timelime sepa lo que pienso de la palabra “mariconez”; y sobre todo, que todos los que piensan como yo vean que pertenezco a su sensibilidad, que soy afín a ellos, que formo parte de su comunidad. Construyendo así no un pensamiento sobre una cuestión, sino identidades.
Lo que las redes sociales tienen de debate no es más que una sobreexposición de argumentos previsibles que no buscan el diálogo sino la identidad, que otros vean que perteneces a su camada. De ahí que estas cuestiones sean tan polémicas, tan “incendiarias” en Tuiter, y tan moderadas o apáticas o insulsas en la calle –un polémico en Tuiter y un moderado en la calle-. Porque en el fondo nos dan igual los planteamientos y los problemas que suscitan estas discusiones, porque no nos importan “los límites del humor” o el machismo en las letras de Sabina. Lo que nos interesa es que seamos nosotros, a base de retuits y de comentarios, los que tengamos alcance, los que tengamos difusión.