THE OBJECTIVE
Ferran Caballero

Escupitajo simbólico

Verdades líquidas, las llamaban antes de la emergencia de la posverdad y de los consiguientes posescupitajos, cuando se creía que el problema del presente estaba en alguna mutación en la naturaleza de la verdad y no en la permanencia de nuestro eterno pasotismo.

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Escupitajo simbólico

Reuters

Verdades líquidas, las llamaban antes de la posverdad, cuando se creía que el problema era de la verdad y no de lo poco que nos sigue interesando. Pero si querían verdades líquidas, aquí las tienen. Y si prefieren posverdades, aquí tienen también un ejemplo de manual. Porque bastaron nada, pocos segundos, para ver que sin ver nada, porque cómo iba a verse un escupitajo tan discreto, tan de revolucionario catalán, cada uno eligiese a los suyos y las fotos y los frames que demostraban, sin atisbo de duda, que el escupitajo se produjo y no se produjo. Eso es, según los expertos, algo posible en la física cuántica y en la política moderna y sirve tanto explicar tanto que Borrell viese el escupitajo que Salvador no soltó como para explicar lo contrario y todo lo demás, porque la verdad sería una pero las posverdades son infinitas.

El escupitajo es un caso paradigmático porque pasase o no pasase, fuese o no fuese simbólico como ha reconocido Salvador, fuese o no fuese salivazo voluntario o involuntario, pasase una cosa o la contraria, pasó todo muy rápido. Y cuando uno insiste en darse cuenta y en calibrarlo y en tomar nota y sacar las serias, justas y correspondientes consecuencias, el escupitajo que se produjo y no se produjo se habría secado ya sin dejar rastro y sin que nadie lo viese ni lo pueda ver jamás, por mucho que se inspeccione Borrell el traje y por mucho VAR que pidan los chistosos o los «barra brava» de turno. Y por eso y porque todos los implicados admitirían y sin peros que un escupitajo obligaría sin remedio a romper cualquier pacto de gobierno, se acogen también al supuesto de que fue pero no fue a la espera de lo que más convenga en un futuro.

A raíz de esto recordaba Puigverd en La Vanguardia la historia que cuenta Maquiavelo en La Vita del condottiere Castruccio Castracani da Lucca: «Un día, cansado de un adulador que revoloteaba a su vera, le tiró un escupitajo. El adulador replicó: ‘Los pescadores para pillar un pequeño pez son capaces de hundirse en el agua. Yo me bañaría en un escupitajo si pudiera obtener una ballena”. Aceptó la humillación con tanta gracia, que el condottiere lo premió». Con algo menos de gracia pero mayor recompensa ha encajado el PSOE ese salivazo que el autor califica de simbólico, y tardó lo que tardó en pasarle el asco a Borrell en constatar que la ballena seguía allí y que allí seguiría mientras sea más conveniente a sus intereses electorales que romper con el independentismo; por Borrell o por España.

Y como eso le conviene al independentismo tanto como al gobierno, es necesario que el uno y el otro sigan fingiendo que ha pasado y que no ha pasado al mismo tiempo. El independentismo necesita que no hubiese escupitajo para que no caiga el gobierno porque entonces qué. Pero necesita que parezca que lo hubo porque simular un escupitajo debe es su infantil manera de pedir perdón a los suyos tras simular un levantamiento popular el 1-O, simular una Declaración de Independencia el 27-O, simular «hacer República» desde entonces y acabar pactando con el PSOE para desmentir todo lo anterior sin desdecirse nunca de nada. Simulan escupitajos porque el único motivo creíble que les queda para pactar con el PSOE es que así les podrán escupir desde más cerca.

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