Del euroboom al eurogloom
Han sido cuatro años de crecimiento estable. Pero se han pasado volando. Tras salir de la Gran Recesión, que en el caso de España abarcó de 2008 a 2014, cuesta aceptar que de nuevo se hable de crisis
Han sido cuatro años de crecimiento estable. Pero se han pasado volando. Tras salir de la Gran Recesión, que en el caso de España abarcó de 2008 a 2014, cuesta aceptar que de nuevo se hable de crisis. Los entendidos no se ponen de acuerdo sobre si es sólo un bache o si estamos al borde de una nueva recesión (la definición técnica de esta es dos trimestres consecutivos de caída del PIB). En cualquier caso, la perspectiva de que el crecimiento se desacelere en todo el mundo o pare en seco es un duro golpe para muchos de los gobiernos europeos que tras años de impopulares recortes fiscales aspiraban a que los beneficios del crecimiento llegaran finalmente a la mayoría. La desaceleración llega además en un momento especialmente delicado para la Unión Europea, cuyo Parlamento se renueva en mayo. Señalada como la culpable del aumento de la desigualdad en el continente por las políticas de austeridad impuestas durante la crisis, un empeoramiento de la situación económica podría dar alas a los partidos nacional-populistas enemigos de Bruselas, que aspiran a acceder a las instituciones comunitarias para construir una Europa más proteccionista, cerrada e insolidaria.
¿Son los datos tan preocupantes? Dentro de Europa, algunos sí los son. Italia ya ha entrado en recesión. Alemania registró en el tercer trimestre de 2018 una caída del 0,2% de su PIB, aunque logró cerrar el año en positivo. En Francia, las protestas de los chalecos amarillos tendrán un impacto negativo en el ya de por sí débil crecimiento de la segunda economía europea. Su PIB creció sólo un 0,4% en el tercer trimestre. España crece con más brío pero la tendencia es preocupante: cerró 2018 con un crecimiento del 2,6% frente al 3,1% de 2017 y se espera que este año se sitúe en el 2,2% o 2,1%. ¿Celebrará la eurozona el 20 cumpleaños de su moneda común al borde de una nueva crisis?
El mes de marzo será definitivo para saberlo. Pues se despejaran dos incógnitas que tienen a la economía mundial pendiendo de un hilo. El día 2 es la fecha límite que le ha dado Estados Unidos a China antes de subir los aranceles a importaciones de ese país por valor de 200.000 millones de dólares. Hay la posibilidad de alcanzar un acuerdo hasta esa fecha. Mientras, las represalias comerciales puestas en marcha por la Administración del presidente Donald Trump, que afectan a bienes por valor de 50.000 millones, ya han provocado una desaceleración del crecimiento del gigante asiático con repercusiones en el resto del mundo.
Una de las economías más afectadas es Alemania, muy dependiente del comercio. Las exportaciones en la primera economía europea suponen el 50% de su PIB, frente al 31% que representan en el PIB francés o italiano o el 34% de España, fruto del esfuerzo exportador que en este último caso propició la crisis. EEUU es el primer mercado de los productos alemanes. China, el tercero. Muchas empresas occidentales se han visto obligadas a cerrar sus cadenas de producción en la potencia asiática para eludir las consecuencias de la guerra comercial. La potencia asiática también se ha protegido. Y el resultado es la caída en un 74% de sus inversiones en Europa y Estados Unidos en 2018, para replegarse hacia los mercados asiáticos donde tiene hegemonía geográfica. Todo ello forma parte de un fenómeno que ha sido bautizado por el semanario The Economist como la Slowbalisation.
El que fuera el principal motor del crecimiento mundial entre 1990 y 2010, el comercio, ha dejado de serlo. Entonces se expandía a tasas que duplicaban el crecimiento del PIB mundial. Ahora apenas lo acompasa. Y de hecho en el cuarto trimestre de 2018 creció al ritmo más bajo comparable al momento de mayor debilidad registrado en 2012, en plena crisis de la eurozona.
La otra fecha clave es el 29 de marzo, cuando vencen los dos años de transición dados al Reino Unido para salir de la UE. Tras el rechazo del Parlamento británico al acuerdo alcanzado entre la primer ministro Theresa May y Bruselas, no se sabe qué opción ganará: si la de pedir una prórroga a Bruselas para evitar un Brexit duro, o la de convocar un segundo referéndum o la de la salida por las bravas de la UE. El Banco de Inglaterra advertía hace poco de que esta última opción, una salida sin acuerdo, deprimirá la economía británica más que la crisis de 2008, y vaticinaba una caída del 8% en su PIB. Un panorama que sólo agudizará la preocupante debilidad del crecimiento que ha registrado Europa en la segunda mitad de año.
Quién sabe si Trump será capaz de echar el freno a sus amenazas. A la vista del descalabro de la Bolsa estadounidense en los últimos meses, tal vez sí. Las consecuencias económicas de la guerra comercial declarada a China han eclipsado el romance inicial del mercado con su mandato. Puede recular de la misma manera que lo ha hecho con el cierre de la administración del Gobierno, pese a amenazar que este sería indefinido si el Congreso no le daba el dinero para construir su muro en la frontera con México. La nómina interrumpida de 800.000 trabajadores, el hundimiento de su popularidad en las encuestas y la resistencia de Nancy Pelosi, la líder demócrata en el Congreso, le han hecho claudicar. Igual de impredecible es la gestión que puede hacer una desautorizada May con respecto a la forma final que adoptará la salida (o no) del Reino Unido de la UE. Marzo dirá.
Porque no hay mucho más donde agarrarse. La reciente reunión anual del Foro Económico Mundial en Davos, que junta a los representantes mundiales del poder político y económico, no produjo ninguna gran idea que estuviera a la altura de los desafíos que se ciernen sobre el orden económico mundial. En la tertulia más cara del mundo, como la califica un conocido columnista del Financial Times, se habló de todo; de la desigualdad, de los populismos, de la guerra comercial, de la Inteligencia Artificial, pero nada se concretó. Los 1.500 aviones privados que esperaban en los aeropuertos aledaños a la estación de esquí para trasladar de vuelta a casa a los ricos y poderosos del planeta dan probablemente cuenta de la desconexión de las élites con la realidad en cuyo nombre creen hablar. ¿Malos tiempos para la supervivencia de las democracias liberales? Una pena que pueda ser así justo cuando más necesario es legitimarlas.