Patria de nuestras patrias
Se diría que Europa es el destino natural de Oriente, la extraña geografía del fin del mundo, el lugar donde se pone el sol para renacer al día siguiente. Václav Havel reflexionó sobre esta imagen en un penetrante discurso ofrecido en el Senado italiano el 4 de abril de 2002.
Se diría que Europa es el destino natural de Oriente, la extraña geografía del fin del mundo, el lugar donde se pone el sol para renacer al día siguiente. Václav Havel reflexionó sobre esta imagen en un penetrante discurso ofrecido en el Senado italiano el 4 de abril de 2002. «El nombre de Europa –explicó–, que significa “Occidente”, refleja probablemente una perspectiva asiática». Hay algo hermoso en esta idea que nos hermana con el deambular de la Historia y con el aliento de esperanza que mueve al hombre a perseguir sus sueños. Europa sería así hija del sur –África–, pero más aún de Asia: de esa lejanía ancestral que nos trajo la lengua, el anhelo del misterio y las religiones. Heredera de Oriente, Europa persiguió su destino más allá de los océanos; era el mismo impulso vital que llamaba a expandir las fronteras de lo conocido. Para Pietro Citati, en su melancólico libro sobre Ulises, el hecho más característico del espíritu europeo consistía precisamente en esa capacidad de traspasar los límites de lo evidente y mirar hacia el infinito. No es ya la historia circular, que gira casi estática alrededor de sí misma a merced del ritmo de las estaciones, sino un destino que responde al nombre de la esperanza.
Havel, como tantos otros intelectuales del este, vivió de esa esperanza en las oscuras cárceles del comunismo. Europa para ellos era algo más que democracia; representaba también un espacio de verdad frente al mundo de la mentira propio de los totalitarismos. Me pregunto qué pensarían ahora, cuando el sueño de la Unión empieza a resquebrajarse bajo el peso de sus miedos y contradicciones. Los populismos empujan hacia las democracias aclamativas y las actitudes excluyentes: todo debe ser bueno o malo, blanco o negro. La desconfianza hacia al futuro llama al repliegue identitario, al rebrote de los nacionalismos y de las políticas económicas proteccionistas. La difícil gestión del Brexit[contexto id=»381725″] prueba hasta qué punto, para capas enteras de la ciudadanía, Europa constituye ya cualquier cosa menos un motivo de esperanza.
Las elecciones generales del próximo 28 de abril[contexto id=»383899″] nos plantean un dilema similar al que los españoles deberemos responder. ¿Nuestro voto se materializa a favor de unas ideas y unos principios o en contra de ellos? ¿Miramos obsesivamente al pasado o nos dirigimos hacia el futuro? ¿Hay una clave europea que siga siendo válida para nosotros? Pienso que sí. Al final, reflexionar sobre España equivale también a reflexionar sobre nuestro destino compartido. Y no hay futuro –no uno digno, digamos- sin esa “patria de nuestras patrias”, en la acertada definición de Havel, que llamamos Europa.