Rivera lee tarde a Maquiavelo
Llegas tarde, querido, para leer los eternos consejos Maquiavelo: “No puedo menos de hablar de la adulación que reina en todas las cortes; vicio sobre el cual los príncipes deben estar siempre alerta, y de que no se verán libres, sino es valiéndose de la prudencia y de mucha habilidad”
O se lo contó Albert Rivera o Juan Carlos Girauta. Dudo que fuera el taxista, pero vete a saber. Fuera el taxista, Girauta o Rivera, la fuente era suficientemente de fiar como para que Iñaki Ellakuría y José María Albert de Paco recreasen la escena en Alternativa naranja, una crónica más que valiosa sobre la génesis de Ciudadanos y cuyo relato llega hasta el primer intento para asaltar los cielos del Congreso. Se cuenta en este libro que a finales de 2012 Rivera y Girauta estaban sentados en la parte trasera de un taxi en Madrid, en uno más de sus viajes cada vez más frecuentes para preparar el gran desembarque. El taxista los reconoció. O debía haberlos escuchado en las ondas de derechas o tal vez visto en las tertulias de canales de televisión para frikis, las únicas donde le invitaban por entonces. Y se quedó con el diálogo que mantenían los dos pasajeros de la parte de atrás. “¿Tú sabes que algún día serás presidente del Gobierno?”, le preguntó Girauta a Rivera. Y Rivera no dudó demasiado. El taxista y Girauta se cruzaron sus miradas a través del retrovisor. Porque Rivera, tal vez con la suya perdida pero clavada en el reposacabezas del conductor, había respondido sin dudar. Sí. Lo sería.
Durante estos años de las crisis en España, cuántas veces y cuántos poderosos le habrán susurrado a Rivera que sí, dame aire, dame cielo, que sí sería él. Por aquellos meses del taxi todo empezaba a ser posible, gracias, naturalmente, al trampolín de la crisis política en Cataluña[contexto id=»381726″]. Le aplaudían en el Club Siglo XXI, lo recibía en audiencia privada el futuro Rey Felipe y luego se hablaría de crear un Podemos de derechas. Mientras para el mundo él podía ejecutar la enésima venganza contra Mariano Rajoy, durante muchos meses cada puñal que el diario independiente de la mañana le clavaba a Pedro Sánchez reflejaba al mismo tiempo el trono que a toda prisa se le estaba construyendo para que un día él pudiera ocuparlo. Hasta que todo cambió y los susurros del poder, querido Albert, se convirtieron en reproches. Llegas tarde, querido, para leer los eternos consejos Maquiavelo: “No puedo menos de hablar de la adulación que reina en todas las cortes; vicio sobre el cual los príncipes deben estar siempre alerta, y de que no se verán libres, sino es valiéndose de la prudencia y de mucha habilidad”. Ahora, mientras lees El Príncipe y los tuyos te abandonan, mira como arde la ciudad de papel. Lo sabes.