El fin de la historia ya tuvo lugar
Desde un chiringuito de la playa de Ocata, con chanclas, pantalones cortos, un vino blanco con hielo y camisa de mangas cortas, un saludo, hermanos
I
Agosto. 11:44 de la mañana. Un grupo desmadejado de turistas avanza en formación de derrota Rambla abajo, siguiendo un curioso estandarte que sobresale sobre las cabezas de los transeúntes, una especie de fregona con tiras de colores. Calor, sudor, smog, chancletas, camisetas de tirantes, pantalones cortos y mochilas.
II
No es que la lechuza de Minerva siempre llegue tarde, es que el futuro, Hegel, siempre llega con sorpresas. Fíjate que esta pasión triste e insobornable del turismo se ha convertido en el día de fiesta de la democracia masiva, destino final del Espíritu.
III
Una de las leyendas más conocidas de la filosofía cuenta que Hegel, Schelling y Hölderlin, que compartían inquietudes revolucionarias en un internado de Tubinga, se escabulleron de sus habitaciones en camisón y gorro de dormir la noche del 14 de julio de 1793. Levantaron en un altozano un “árbol de la libertad” en memoria de la Revolución Francesa y bailaron la Carmagnole y La Marsellesa. No mucho antes, un compañero suyo, Kerner, había metido en su mochila los escritos de Kant y autoproclamándose ciudadano libre del mundo se había ido a París a contemplar el futuro en primera fila.
IV
Cada 14 de julio Hegel brindaba por la toma de la Bastilla con el mejor vino que podía permitirse, porque no hay que ser cicatero con el Espíritu. Ahora el 14 de julio es el inicio oficial de las vacaciones estivales de los franceses.
V
Cuando Napoleón entró en Jena, Hegel lo contempló boquiabierto. Inmediatamente le escribió a su amigo Niethammer: “He visto al emperador, este alma-del-mundo, a caballo”. Aún estaba fresca la tinta de la última página de la Fenomenología del Espíritu, que había sido escrita bajo el fragor de los cañonazos de la batalla de Jena.
VI
Hegel estuvo toda su vida fascinado por Napoleón. Con frecuencia rememoraba en sus clases la famosa respuesta que le dio a Goethe cuando éste le preguntó si aún era posible escribir una tragedia sobre la idea de destino. “¿Para qué queremos ahora el destino? ¡La política es nuestro destino!”. Si la Fenomenología del Espíritu relataba la verdad de la Historia, Napoleón era su capítulo postrero. Tras él, el futuro se reducía a la expansión del Código Napoleónico.
VII
Alexandre Kojève creyó, sin embargo, que, si el Código Napoleónico podía ser visto como el fin de la historia, era debido a que con él se imponía el triunfo definitivo de la economía sobre la política, es decir, de las demandas de confort sobre las preocupaciones metafísicas.
VIII
Cuando Fukuyama iba en pañales, Fraga le reconoció a Fueyo, el teórico franquista del fin de la historia, que, efectivamente, la política se había quedado sin asideros metafísicos. Y ese, con la ayuda inestimable del turismo, fue el comienzo del fin de la historia para el franquismo.
IX
Si Hegel hubiese tenido un poco más de paciencia, hubiese encontrado la imagen definitiva del fin de la historia en la retirada de las tropas de Napoleón de Rusia, después de haber dejado sembradas en oriente las semillas de un futuro irremediable. Rusos y chinos no era para Kojève más que americanos retrasados empeñados en dejar de serlo.
X
Esos turistas de la Rambla son, claro está, usted y yo, amigo lector. Algo hay en ellos de la tragedia de los soldados napoleónicos en retirada, aunque convertida en farsa: el cansancio, las ropas desastradas, los caprichos de la intemperie, los caminos intransitables, las comidas infectas, la piel quemada, los fardos inútiles… y la voracidad de los cosacos.
XI
Estos turistas también dejan sus semillas sembradas por donde pasan. Para que el triunfo del confort sobre la metafísica siga su avance irrefrenable, hay que exigirle poco al confort y muy poco a la vergüenza. En ello estamos.
XII
Desde un chiringuito de la playa de Ocata, con chanclas, pantalones cortos, un vino blanco con hielo y camisa de mangas cortas, un saludo, hermanos.