THE OBJECTIVE
Álvaro del Castaño

Desde mi ventana: La Tercera Vía

«Españolito que vienes al mundo a votar, deja atrás tus diferencias y opta por un objetivo común: el del progreso real a golpe de consenso»

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Desde mi ventana: La Tercera Vía

El abrazo | Juan Genovés

«Me duele España», ya nos avisó Unamuno. Las dos Españas. Siempre con la pesada carga de las dos Españas enfrentadas, cainitas, intolerantes. Pero hoy no escribiré sobre estas dos-Españas del gran poeta Antonio Machado: «Españolito que vienes/ al mundo te guarde Dios./ Una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón».

Esas dos-Españas, surgidas de la fratricida y sangrienta guerra civil (o quizá mucho antes), transmitieron sus heridas a sus herederos de generación en generación. Afortunadamente, y casi milagrosamente, estas dos distantes islas imaginarias disfrutaron de un intenso y rejuvenecedor acercamiento balsámico gracias a la Constitución del 78 y el espíritu de la Transición. Tristemente, desde hace unos años estos dos bloques enfrentados han sido reavivados por algunos insensatos políticos que viven del guerracivilismo y del enfrentamiento.

Tampoco me refiero hoy en esta columna a las dos-Españas orteguianas: «Una España oficial que se obstina en prolongar los gestos de una edad fenecida, y otra España aspirante, germinal, una España vital, tal vez no muy fuerte, pero vital, sincera, honrada, la cual, estorbada por la otra, no acierta a entrar de lleno en la historia». Estas otras dos-Españas distantes de nuestro gran filósofo Ortega y Gasset, siguen existiendo en el siglo XXI. Por un lado el pueblo español, que quiere luchar y trabajar para salir adelante al margen de la política, que solamente busca que el estado ponga orden y proporcione un marco de estabilidad, que quiere integrarse en un mundo global, abrazar las nuevas tecnologías y dar el salto a liderar Europa. Enfrente, la España oficial, mirándose en su ombligo institucional, aislada en sus escaramuzas políticas, y en su macroencefálica estructura administrativa, reticente al progreso y que ahoga y no deja vivir y crecer a la España real.

Tampoco quiero escribir hoy sobre las dos-Españas recientemente re-emergidas (por cierto, surgidas de las cavernas del mismo individuo político, culpable del resurgir del anteriormente mencionado guerracivilismo), la nacional y la de los nacionalismos, que a todos nos tienen agotados, y a las que Ortega también hacía referencia: «El problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar… un problema perpetuo…».

Podría enumerar muchas otras dos-Españas si quisiera incidir en la idea de autodefinirnos exclusivamente por lo que nos separa. La lista es infinita y tan larga como pesimista sea el que la escribe. Pero este es un tema agotado y un debate obsoleto.

Por lo tanto, hoy sí quiero hablar, dar a conocer y poner en valor las dos-Españas de las que nadie nunca habla. Me refiero a dos ideas conceptuales de España que coexisten en realidades paralelas. Curiosamente, estas sí están separadas geográficamente. Por un lado tenemos la visión creciente que tienen de España la mayoría de los españoles que viven en nuestro país. Esta es una imagen eternamente pesimista, negativa con su pasado, presente y futuro, negacionista de nuestros logros y de nuestra vibrante Historia. Esta es una España envidiosa, revanchista y anclada en el enfrentamiento, ya sea cultural, político, nacionalista o deportivo. Como subraya el Pew Research Center en su estudio estadístico sobre las diferencias de la percepción de los europeos, somos el país que «menos superior se cree a los demás» de toda Europa. Yo sin embargo concluiría que, según este estudio, somos el país que «peor opinión tiene de sí mismo». Pero, gracias a Dios, aún nos queda la otra España. La formada por la opinión de los que nos observan con perspectiva, sin deformaciones ideológicas o culturales: es la de la de los observadores foráneos, los extranjeros que aman a nuestra patria y la de los emigrantes españoles. Hablamos de esa España valorada, amada o anhelada desde la lejanía. Es la España que se encuentra entre los países más valorados de Europa, según el estudio de Real Instituto Elcano (oleada de 2018), y por tanto la España objetiva con nuestras virtudes. Esa España sabe que somos admirados por el resto del mundo.

Esta es la verdadera idea de España que hay que impulsar, la que yo quiero definir cómo la «Tercera España» o la «Tercera Vía». Es la versión optimista, creadora, innovadora, regeneradora, integradora, y la que realmente destaca en el mundo. Es aquella España en la que caben todos sin distinción, y con todas nuestras diferencias y contradicciones. Nuestro país brilla por su «esencia» en todos los estudios al respecto: clima, paisajes, calidad de vida, estabilidad familiar, alegría, comida y cultura. Pero también brilla por sus logros como pueblo: líder en energías renovables, turismo, sector agroalimentario, esperanza de vida, deporte, infraestructuras, empresas multinacionales, seguridad, cultura audiovisual, trasplantes, donaciones de órganos, fibra óptica y aceptación de la libertad sexual.

La Tercera Vía se construye sobre lo que ya tenemos, recuperando el espíritu de la Transición. Tenemos que mantener nuestra diversidad, nuestros firmes principios, nuestras diferentes versiones de nosotros mismos, pero impulsando un nuevo movimiento en torno al acercamiento de posiciones, buscando lo común entre los dos bandos. No estoy hablando de buscar un centro político (cada uno que guarde sus convicciones políticas, por muy férreas que puedan ser), sino de un movimiento cuyo objetivo sea enseñarnos a vivir en esta casa de todos, pero tirando de nuestro país hacia adelante. Eso es lo que consiguieron exactamente los políticos y la sociedad civil en la Transición. Necesitamos los Suárez-Carrillo-González-Roca-Fraga del siglo XXI, que sepan abandonar lo que les separa y unirse en torno a lo que nos acerca. Pero, sobre todo, necesitamos votantes que exijan a sus representantes un nivel de preparación intelectual y académica en linea con la misión que desarrollan. No podemos tener gobernantes que no serían absolutamente nada relevante en cualquier organización meritocrática. Necesitamos votantes que abandonen (parafraseando a Javier Redondo) «el hedonismo, la piel fina y la consigna en vena». Necesitamos votantes que penalicen a los políticos-odiadores, a los mentirosos compulsivos y los populistas vendedores de subsidios y de sueños utópicos. Y esos votantes somos nosotros, no le echemos la culpa a los demás.

Lorenzo Bernaldo de Quiros hablaba de «esa Tercera España, la de Ortega, Madariaga, Sánchez Albornoz, Menéndez Pidal y tantos otros que soñaron para este país una democracia liberal en la cual fuese posible vivir en paz, en libertad y en progreso».

Españolito que vienes al mundo a votar, deja atrás tus diferencias y opta por un objetivo común: el del progreso real a golpe de consenso. Sin abandonar tus convicciones, acepta que nunca llueve a gusto de todos, pero la lluvia es necesaria. Sin dejar de lado tus creencias, acepta las diferencias, pues son la esencia del pensamiento libre. Sin ceder tu fortaleza, acepta que necesitas ceder en algo para lograr un acuerdo que permita progresar, pues si impones tu opinión solo lograrás sembrar la semilla de la discordia.

Como dice Luis Antonio de Villena, «somos muchos los que deseamos esa tercera España, que nos libre de los goyescos mamporros…».

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