Lo que no ha sucedido
«Repasar las hemerotecas y leer la prensa como lo haría un historiador nos enseña humildad»
Si miramos al pasado, vemos que a menudo el periodismo es la crónica de lo que no ha sucedido: un hilo incesante de terror, de espanto y de angustias exacerbadas que proyectan las sombras de nuestra imaginación. Cuando era niño, la superioridad soviética sobre un Occidente en declive moral formaba parte de nuestro abecedario emocional. Ronald Reagan, con el bombardeo de Libia, provocaría el inicio de una tercera guerra mundial, al igual que las Malvinas argentinas eran irrecuperables y el Irak de Saddam Hussein disponía del tercer mayor ejército del mundo, lo cual presagiaba un nuevo Vietnam para la coalición internacional. Aún recuerdo cómo los analistas pronosticaban que el incendio masivo de pozos petrolíferos en los países del Golfo Pérsico causaría una especie de invierno nuclear, o algo parecido, de consecuencias imprevisibles. Por supuesto, no supimos intuir el brexit, la victoria de Donald Trump, el retorno de los populismos, el procés, las dificultades del euro, el crash financiero de 2008 ni las consecuencias de la globalización. El pánico se desplazaba hacia otras latitudes, con el ascenso japonés de los ochenta –¿quién veía entonces a China como la otra gran potencia del siglo XXI?–, que amenazaba con desmantelar el poder corporativo de los Estados Unidos. En los noventa, España pasaba por ser un toro bravo que emprendía una segunda conquista de los mercados mundiales, gracias a sus nuevas multinacionales –Telefónica, Santander, Repsol, BBVA, ACS–, cuando en realidad la única historia de éxito indudable en estos últimos cuarenta años ha sido Zara, por la cual muy pocos hubieran apostado en sus inicios. La gripe A iba a exterminar a media humanidad, mientras que la Covid-19 era poco más que una gripe. Las bolsas europeas se hundieron en 2011 ante el anuncio inminente de la desaparición del euro, pero bastaron unas palabras de Draghi –y el fuego de artillería del BCE– para disipar los temores. Finlandia era el modelo educativo a seguir, el sueño dorado de cualquier escuela socialdemócrata y progresista, para iniciar a continuación un descenso abrupto y continuado en todas las pruebas internacionales.
Repasar las hemerotecas y leer la prensa como lo haría un historiador nos enseña humildad. A mí, el primero. Te das cuenta de la frecuencia con que te equivocas a la hora de interpretar la realidad, por mucha información de la que creas disponer o por muy sofisticados que te parezcan tus análisis. Nuestro tiempo, cualquier tiempo, tiene algo de ilegible y eso nos convierte en prisioneros de las emociones y de los sesgos cognitivos a que estamos sometidos. No es un problema exclusivo de los periodistas, ni mucho menos. Pensemos en los expertos, quienes también reducen la realidad a un modelo manejable, a una simplificación útil, pero sólo hasta cierto punto. Porque al final -y al principio- del camino lo que hacemos es reflejarnos a nosotros mismos: con nuestras seguridades falsas, por un lado, y nuestra ansiedad, por el otro.
Leer el pasado nos ayuda a relativizar el presente y a darnos cuenta de lo falibles que somos. También en el futuro el periodismo seguirá siendo la crónica de lo que no sucedió. No sólo eso, claro está. Pero también eso.