Lo que nunca sucede
«Nos hemos convertido en una colectividad paralizada, incapaz de hacer lo que prometemos, pero aún peor, incapaz de no prometer lo que no vamos a cumplir»
No sé si siempre fue así, que nadie hace lo que dice que va a hacer, que llamas a un servicio al cliente de una compañía telefónica o similar, y te dicen que harán esto, que resolverán tu problema, y nada sucede. El colegio promete que va a atender las necesidades especiales de tu hijo, nada sucede. El señor de la caldera dice que va a venir el jueves, nada sucede, el servicio de salud asegura que harán esa visita a domicilio, nada sucede, el vecino de arriba dice que te arreglará la gotera, nada sucede porque una vez llamó a un fontanero que jamás se presentó y ahí quedó la cosa. Nada sucede nunca porque acaba sucediendo de la peor manera posible, cuando ya es una emergencia nacional y entonces, todo sucede de un golpe hasta que de nuevo, nada sucede.
Una vez me encontré con una galerista en Arco a la que conocía, me invitó a la exposición que inauguraba esa noche en su galería y le dije que seguramente me pasaría. La mirada de asombro cuando me vio allí fue tal que comprendí que no solo no esperaba que fuera sino que estaba segura al cien por cien de que no me presentaría a pesar de haber dicho que probablemente iría. La gente dice una cosa y hace la contraria y a todo el mundo le parece bien, normal, porque están ocupados persiguiendo esa otra cosa que nunca sucede hasta que les pasa a ellos de forma individual. Yo supongo que les molesta que nadie cumpla su palabra, pero no estoy segura, la verdad, porque si por ellos fuera, nada, nunca, sucedería. Nos hemos convertido en una colectividad paralizada, incapaz de hacer lo que prometemos, pero aún peor, incapaz de no prometer lo que no vamos a cumplir.
Ya sé que soy una persona rara, que siempre tengo fe en que cuando me dicen que vendrán a mi evento, vendrán, que cuando me dice el fontanero que esto me lo arregla, me lo arregla. Debería estar ya muy decepcionada, pero algo sucede en mi interior, una norma férrea que me enseñaron con el ejemplo, ese ejemplo de tus padres y también de la sociedad que te envuelve y que son las normas interiores que nunca se pueden romper sin sentir mala conciencia.
Es posible que estemos ante una nueva sociedad incapaz de gobernar sus propias promesas, no ya por la educación recibida en la familia, también por la sociedad puesto que el mundo actual se ha convertido, por decirlo sin tecnicismos, en un barullo. La gente trabaja tantas horas que no recuerda ni donde tiene la cabeza y promete cosas que no da abasto a cumplir, los fontaneros son autónomos, los últimos de una hilera de contratas tras subcontratas, con más intermediarios desde el seguro que los manda hasta la punta de su herramienta que la comitiva presidencial. Los centros de atención al cliente son grabaciones con pulse el uno el dos o el tres que se cortan por falta de mantenimiento en el dos y medio y, después de llevar media hora esperando, te dejan con el número en la tecla y el discurso preparado. Las empresas de mantenimiento de todos los servicios tecnológicos no dan abasto con tanta tecnología que se está cayendo como una baraja de naipes y todo el mundo manda mensajes que acaban en el spam.
Nada sucede sin un buen mantenimiento al día de servicios y sistemas. Nada sucede sin inversión y regulación de horarios de trabajo, empleos y expectativas racionales, horarios humanos y factibles, que hagan que no tratemos de vivir como máquinas que todo lo pueden, todo lo prometen y nada lo cumplen. Para que algo suceda, tenemos que ser conscientes de que no somos omnipotentes, de que la tecnología tiene frustrantes limitaciones y de que a veces, a un anciano que no se las apaña con los mensajes del móvil, por ejemplo, hay que llamarlo al teléfono fijo y no despacharlo con un SMS e ir a visitarlo en persona para ver cómo está si es esto lo que se le ha prometido, porque lo que importa es el anciano, la persona, el niño que no es atendido, y no el haber cumplido con la burocracia de enviar una notificación.