La laguna Estigia
«Derecha e izquierda se enfrentan cada día con fuerzas desiguales pero con idéntico resultado: el emponzoñamiento del alma social y la ruptura de esa experiencia de lo común que hace posible la democracia»
Los antiguos griegos distinguían dos ríos en el abismo del Hades: uno, llamado Leteo, causaba el olvido; el otro, llamado Mnemósine, fijaba el recuerdo en la memoria, como la foto fija de una película. La realidad española se mueve entre estos dos ríos que desembocan en las aguas estancas de la laguna Estigia. Haría falta un Caronte –o, mejor aún, un fiero timonel como Palinuro– para atravesar este pantano infecto. La tentación del olvido (nunca antes habíamos asistido a una ceremonia del olvido político tan intensa y, sobre todo, tan persistente como la actual) se conjuga con la absolutización de una memoria sesgada: la de la Guerra Civil y el franquismo como causa y origen de todos los males de nuestra democracia. La unión de los dos ríos provoca una especie de parálisis asfixiante que se traduce en la esterilidad actual de la política nacional, empeñada a la vez en rememorar y olvidar, en unir y separar, en mirar hacia Europa y mirarse el ombligo, en temer al 98 y seguir a ciegas la última novedad. En el Hades, la dureza del juicio no llama a la redención, como bien sabía Sísifo, condenado a la eterna repetición de su castigo. Derecha e izquierda se enfrentan cada día con fuerzas desiguales pero con idéntico resultado: el emponzoñamiento del alma social y la ruptura de esa experiencia de lo común que hace posible la democracia.
Los griegos llamaban a la verdad alétheia, que es la negación misma del olvido. ¿Pero qué debemos recordar? La memoria de la vida, me parece, y no la de la muerte; de lo fructífero y no de lo estéril y baldío. En este sentido, el primer deber de la democracia sería honrar esa verdad primera que la hizo posible: el recuerdo del abrazo entre diferentes que representó el 78. Lo cual no significa que la fidelidad a esa memoria inaugural carezca de un movimiento propio que le permita evolucionar de acuerdo al signo de los tiempos. Pero sí nos habla de una luz y una esperanza, de una voluntad compartida e inclusiva que debería ir más allá de la pugna política y de las guerras culturales, sosteniéndonos desde la base como el bajo continuo de lo común en la diversidad. Es importante pensarlo así, porque en ello consistió, de algún modo, el legado de la tercera España: la que aprendió de los errores del pasado y no quiso repetirlos. Las palabras paz, piedad y perdón resuenan en el 78 como la oración para un futuro que ya no mira hacia atrás con ira, sino con la humildad suficiente para convertirnos de nuevo en humus, es decir en tierra fértil, en un país de acogida, encuentro y esperanza.
Ser fieles a lo mejor de nosotros mismos consiste en la única garantía de no caer en el espanto del Hades. Ser fieles a lo mejor de nosotros mismos supone recordar que no somos hijos del nihilismo, ni tampoco de la guerra ni de la violencia. Al contrario, somos hijos de una historia que cuenta con muchos capítulos y de un pacto que hizo posible la democracia. Honremos esa historia y ese pacto para así juntos mirar al futuro.