THE OBJECTIVE
Anna Grau

Claramente, Campoamor

«Ante el facherío de cualquier signo, paciencia infinita, buen humor invencible, centro que te quiero centro y las pilas liberales bien cargadas»

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Claramente, Campoamor

Rodrigo Jimenez

Los diputados y también las diputadas en el Congreso de ERC, PNV, JXCat y EH Bildu decidieron el lunes 12 de abril dar plantón al acto de conmemoración del 90 aniversario de la aprobación del voto femenino en España, conseguido por la abogada, escritora, política y sufrida feminista, feminista no de boquilla sino liberal y verdadera, Clara Campoamor.

El acto lo presidía la reina Letizia, nacida nieta de taxista. Pocas consortes de presidentes de república pueden decir lo mismo. Algo bueno tiene que tener un sistema donde la nieta de un taxista puede llegar a reina. Algo habrá adelantado la lucha feminista en España desde que Clara Campoamor tuviera que fajarse en las Cortes contra Victoria Kent y otros faros del progreso empeñados en retrasar el sufragio femenino porque, a su juicio, «dar el voto a la mujer era dárselo a los curas». Vamos, algo así como cebar de margaritas a los cerdos.

A veces te tienes que acordar mucho de Manrique y de su señor padre: a menudo parece que cualquier feminismo pasado siempre fue mejor. Que siempre se recuerda embellecido por una inmaculada épica sensacional, ajena a las miserias políticas y humanas del día a día. Cuando basta asomarse por ejemplo al interesante libro de la periodista Magis Iglesias Fuimos nosotras. Las primeras parlamentarias de la Democracia (Debate), para darse cuenta de cómo partidazos que ahora se llenan la boca de tal modo que se diría que la rueda y el feminismo los inventaron ellos –«no, bonita…»-, en lo más arduo de los años 60, 70 y hasta 80 aconsejaban a las «chicas» paciencia y más paciencia, porque la Transición era «cosa de hombres» y, cuando los hombres hacen sus cosas, ya se sabe que es mejor no molestar.

Ciertamente, por muchas contradicciones que en su seno feminista haya acumulado y llegue a acumular un partido como el PSOE, chiquitas se ven al lado del desparpajo con que Unidas Podemos parece considerar la causa de TODAS las mujeres como el patio de su casa, que es particular. De denunciar la violencia de género a blanquear la violencia de engendro. Como la que en su día padeció Begoña Villacís en la pradera de San Isidro, a dos días de dar a luz. Atención señora ministra de Igualdad -que el lunes pasado tampoco acompañó a la reina Letizia a honrar a Clara Campoamor en el Congreso, según ella porque no la habían invitado (¡!)-: ¿usted cree que doña Begoña Villacís fue atacada por ser mujer o por ser de Ciudadanos? ¿Cómo llamamos a ese tipo de agresión que niega a partidos políticos enteros el derecho a defender a las mujeres o al colectivo LGTBI, hasta el punto de tratar de expulsarles de las manifestaciones y de la calle a pedrada limpia? Mucho se habla de los proyectiles de foam de los Mossos… pero igual el armamento que habría que revisar es el de los proclamados «antifas». Con antifascistas así, ¿quién necesita fascistas?

Hace noventa años se requería un corazón muy liberal y muy valiente, un corazón como el de Clara Campoamor, para asomarse al doble abismo de las derechas y las izquierdas preguerracivilistas y defender lo que era noble y justo para las mujeres. Para todas ellas, de cualquier pelaje, raza, credo o condición. Porque la idea de que para ser feminista sólo se puede ser ultracutreprogre es tan ridícula, tan abyecta y tan siniestra, como la de aquellos ultras franquistas que, tras la guerra, robaban sus bebés a las madres rojas para dárselos a familias de probado nacionalcatolicismo para que los criaran mejor… Cuando ser mujer y ser madre son categorías humanas, no anécdotas ideológicas.

Te tienes que reír cuando ves a Ada Colau darse de baja de Twitter porque, según ella, no soporta el discurso del odio en red. ¿Qué tendría que hacer entonces Inés Arrimadas, una de las mujeres más insultadas de España? ¿Quemarse a lo bonzo? ¿O aguantar mecha, aguantar de todo y no ceder jamás la posición, como Begoña Villacís en la pradera de San Isidro, como Clara Campoamor en las Cortes?

Lo peor de una dictadura, consolidada o en grado de tentativa, no es tenerla que combatir. Es tener que explicar día sí, día también, por qué la combates. Por qué no te da la gana comprar el marco mental de los que son capaces de llenar el Parlamento catalán de cuartos de baño «no binarios» pero luego no se acuerdan de que si en cualquier sede de la soberanía catalana y/o española hacen falta aseos para más de un sexo o género, no es gracias a ninguno de ellos, es gracias a Clara Campoamor.

Ante el facherío de cualquier signo, paciencia infinita, buen humor invencible, centro que te quiero centro y las pilas liberales bien cargadas. Ante la duda: claramente, Campoamor.

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