Herencias
«Todos somos nuestro pasado, pero tampoco es cuestión de hacer el tonto, ni que lo hagan los adolescentes en cuestiones académicas. Entre otras cosas porque cristianos viejos, viejos, siempre hubo pocos y ninguno sabe ni conoce las dosis de sangre morisca o judía o visigoda que lleva dentro»
Tal vez Juan Goytisolo se frotara las manos viendo la proyección de su Reivindicación del conde don Julián en los actuales planes de estudio. De esa novela, como de su relectura al revés de la Historia de los heterodoxos españoles, de Menéndez y Pelayo, y luego, en tono menor, de su interpretación de la obra de Blanco White, Goytisolo estableció una poética propia sobre la madrastra España –que no es machadiana sino cernudiana–, que si era buena para el literato, no sé si lo era o lo ha sido tanto para el hombre civil, una vez alcanzada la democracia.
Por de pronto el mito de los árabes limpios, cultos, tolerantes y civilizados frente a los cristianos sucios, bárbaros, sectarios e incultos es un buen humus literario pero tampoco sé si es una buena fuente histórica. Y si he dicho dos veces que no lo sé es porque no lo sé. De los setenta hacia aquí hemos vivido cómodos con esa visión ‘goytisoliana’ si la tomábamos al pie de la letra, es decir como un imaginario, pero a quien la haya creído a pie juntillas –como si una novela fuera una crónica, o como quien se tomó El código Da Vinci como algo real– me temo que le ha hecho un flaco favor. Y ese flaco favor se nota en algunos libros de texto que están más por la disgregación y el lío que por su contrario: el bien común y la claridad. O sea, por no pasar de un extremo a otro del salón de baile porque hay otros bailarines que se merecen un respeto, aunque sólo fuera por lo bien que siguen el ritmo.
Hace algunos años –2006– se tradujo en Francia la obra de Robert C. Davis, profesor en la Johns Hopkins University, Esclavos cristianos, amos musulmanes. La esclavitud blanca en el Mediterráneo (1500-1800). Estábamos cenando en casa de su editora parisina cuando llegaron los primeros ejemplares de la imprenta. En Estados Unidos se había publicado tres años antes. Aquel ensayo –que trata de lo que versa su título, tres siglos de trata de esclavos cristianos– me pareció tan interesante como inédito en su planteamiento, y tratándose del país de Cervantes –que pasó su tiempo preso en Argel hasta que se pagó su rescate–, pensé que pronto se publicaría en España. Aunque éste, el cautiverio de Cervantes, fuera el menor de los motivos, o sólo una referencia. Había más: multitud de fiestas populares mediterráneas celebran la victoria sobre incursiones turcas y berberiscas destinadas al pillaje y la captura de esclavos y esclavas que en ese momento eran cristianos libres. Lo que quiere decir que otras veces no había nada que festejar porque pueblos y campos eran saqueados por los llamados piratas musulmanes y de ahí el motivo para conocer a través de ese libro, la historia de las continuadas rapiñas –tres siglos son muchos siglos– y sus consecuencias en nuestra Historia. Pero han pasado quince años desde aquella noche en París y no ha sido así: nadie se ha interesado, hasta dónde yo sé, por la publicación del libro de Davis.
Al revés, en cambio, sí. La historia oficial es ahora el reverso de la historia oficial del régimen anterior. Como si no pudiéramos escaparnos de él. O sea que tampoco hay que comulgar con las ruedas de molino de la historia oficial actual. Cuando se narra ahora –y no en forma de novela, como fue el caso de Reivindicación…, sino como texto de Historia obligatorio en el bachiller– la expulsión de los moriscos o la toma de Granada, se hace como si los estudiantes fueran contemporáneos de quienes los expulsaron. Como si todos –estudiantes o no– lo fuéramos y nos hubiéramos olvidado de pedir disculpas o mostrar arrepentimiento. Se exige comprensión y empatía, como si eso pudiera subirse a una máquina del tiempo al estilo de la de Wells, y llegar hasta el siglo XV o el XVII y acariciar el rostro de Boabdil para calmarlo por su pérdida, o apagar la sed de los moriscos camino del exilio con unas cuantas jarras de agua.
Todos somos nuestro pasado, pero tampoco es cuestión de hacer el tonto, ni que lo hagan los adolescentes en cuestiones académicas. Entre otras cosas porque cristianos viejos, viejos, siempre hubo pocos y ninguno sabe ni conoce las dosis de sangre morisca o judía o visigoda que lleva dentro. Por mucha expulsión que hubiere, nadie lo sabe. Con lo que la caridad bien entendida empezaría por nosotros mismos y ahora. No es necesario cubrirse la cabeza de cenizas y menos aún mientras se estudia, que luego los apuntes quedan perdidos de tizne.