Ayuso o ‘viva la Pepa’
«Y así, en un país donde las elecciones no se ganan sino que se pierden, Ayuso ha conseguido mantener el poder haciendo lo casi nunca visto: sonriendo»
Quienes acusan a Ayuso de flower powerismo político se olvidan de que su forma de venderse tiene raíces históricas. La búsqueda de la felicidad no solo mueve al ser humano desde el principio de los tiempos, Aristóteles dixit, también es la base de la política. Incluida la española. Léase el arranque del artículo 13 de nuestra Constitución de 1812, la Pepa: «El objeto del Gobierno es la felicidad de la nación».
En Economía hay una cosa que se llama Índice de confianza empresarial. Es un término, basado en expectativas, que viene a medir la sonrisa del empresario de cara al futuro: amplia, poca o torcida. Sirve para prever si va a crecer la inversión, el PIB y, por tanto, el empleo. Y es que la alegría es algo que sí da de comer. Y más en este país. O, ¿qué es el turismo sino el pan bajo el brazo de los extranjeros a cambio de la alegría española? Bien lo saben en Baleares. Allí tienen a otra presidenta que también sonríe bastante y no hace ascos a los turistas. Claro que ahora parece que debemos querer más a los alemanes que a los franceses. Ya se sabe que los germanos nos visitan por los museos isleños -cuéntenlos cuando quieran, los museos, digo-. Yo, que he vivido y trabajado en los tres sitios: Madrid, Mallorca y Francia, no me considero con autoridad para hablar sobre las preferencias turísticas de nadie. Ahora, la mejor guía para seguir la ruta del Quijote -en mi propia tierra- me la dieron unos amigos franceses. También he visto cómo los baleares invierten lo suyo en reconquistar al vecino mercado francés. Digo reconquistar porque resulta que en los años 50 los galos acuñaron el término balearización como crítica al urbanismo isleño. Sería ahí cuando cambiaron el archipiélago por la playa de Madrid. Escucha Leguina.
En los tiempos en los que los franceses desconectaban de las baleares, tomaban fuerza en Occidente las campañas políticas a la contra, puestas en práctica en España en los últimos años por el PSOE con ‘que viene el lobo del PP’. Y así, en un país donde las elecciones no se ganan sino que se pierden, Ayuso ha conseguido mantener el poder haciendo lo casi nunca visto: sonriendo.
Desde el «España va bien» de Aznar no habíamos asistido a un final de campaña tan en positivo para un candidato. Cierto que Ayuso arrancó como todos: confrontando con su «comunismo o libertad». Pero al final, giro en la estrategia. La del PP aparcó la estrategia de demonizar al contrario para santificarse a sí misma. Cual influencer al servicio de sus seguidores.
También es cierto que, roto el bipartidismo, el espectro político ya no se reparte en términos de derecha o izquierda si no en base a las emociones. Y como sus contrincantes, a la moda en las campañas políticas, se habían cogido las negativas, a Ayuso no le quedaba otra, para defender su castillo, que vender alegría: «No sonría, señora Ayuso», le espetaba Pablo Iglesias.
Para que no la derrocaran, la popular madrileña debía decir, como promulgaba La Pepa, que ella trae la felicidad. Fíjense que su libertad se relacionaba siempre con el ocio y el disfrute. Por lo demás, no me negarán que la campaña ha sido un poco como la película de Pixar Inside out -Del Revés-, en la que cinco emociones compiten por gobernar a una niña de 12 años. Ayuso en el papel de Alegría, pecando de ingenuidad para evitar debates y polémicas y el resto de candidatos encarnando a Tristeza, Miedo, Asco e Ira, metiéndose en ellas. Desde su atalaya, Ayuso sonreía.
Hay quien piensa que la risa en exceso puede indicar pocas luces -a los niños rusos se les enseña a racionarlas desde que nacen por eso-, pero va a ser que la verdadera revolución en tiempos de pandemia y polémicas es ganar -arrasar- elecciones sonriendo. ¿’Viva la Pepa’? Bienvenidos a los locos años 20.