Errores del pasado
«Tal vez la respuesta contundente y coordinada de la política monetaria y fiscal responda al deseo de contener la desigualdad social que en la anterior crisis provocó la reacción lenta de las autoridades monetarias»
Todos los indicadores económicos apuntan a una vigorosa salida de la crisis. El rápido rebote nada tiene que ver con los cinco años de la Gran Recesión que provocó la crisis financiera de 2008. Y por eso las comparaciones en la respuesta a ambas crisis son inevitables. A diferencia de entonces, tanto la política fiscal como la monetaria están alineadas en echar el resto para asegurar una salida rápida a la caída en picado de la actividad económica que ha traído la pandemia.
Las dos muletas de las que hablaba hace un mes la presidenta del BCE, Christine Lagarde, parecen haberse convertido en dos turbinas, sobre todo para los más ortodoxos temerosos de que la inflación que ya repunta a ambos lados del Atlántico provoque indeseable aumentos en los tipos de interés que descarrilen la recuperación. Si será transitoria, como defienden los bancos centrales, o si ha vuelto para quedarse, como parecen temer algunos importantes actores de los mercados financieros, está aún por ver. La reciente subida del petróleo a su nivel más alto en dos años tras los recortes en la producción de la OPEP sólo alimentan estos temores. En cualquier caso y tras estar ausente durante casi dos décadas, la amenaza de la inflación es hoy un foco de inestabilidad con el que habrá que convivir en el corto plazo.
Lo cierto es que las cifras de los paquetes de estímulo son de vértigo. Y en esa causa están unidos los bancos centrales, con inyecciones de liquidez masivas y una aproximación más flexible a su objetivo de inflación, y los Gobiernos de las economías avanzadas, sobre todo EEUU (sus planes de gasto suman más de un 20% de su PIB). Más modesto pero aún así insólito en su reciente historia es también el paquete aprobado por la Unión Europea (un 11%), que esta semana por cierto daba un paso de gigante al aprobar la emisión de deuda conjunta, los famosos eurobonos. Una medida absolutamente tabú e impensable antes de la pandemia.
Tal vez la respuesta contundente y coordinada de la política monetaria y fiscal responda al deseo de contener la desigualdad social que en la anterior crisis provocó la reacción lenta de las autoridades monetarias, después corregida, pero sobre todo la torpe e inadecuada de los Gobiernos, que optaron por la austeridad fiscal, en el caso de la UE, o por un gasto no suficientemente expansivo, en el de EEUU. Una brecha que fue aprovechada por los populismos de derecha e izquierda para poner contra las cuerdas a las democracias liberales. Y que hoy, debido a las consecuencias económicas de la pandemia, vuelve a ampliarse, sobre todo en el caso de los colectivos más vulnerables: jóvenes, mujeres y trabajadores precarios.
Esta vez los gobiernos están claramente decididos a dar una respuesta diferente a la crisis. Y aunque menguada por el crecimiento del voto en los extremos, la mayoría que suman los grupos conservador, liberal y socialdemócrata en el Parlamento Europeo y la recién estrenada Administración demócrata en Washington, tras los cuatro años de populismo de Trump que impulsó el crecimiento con recortes de los impuestos pero no ayudó a cerrar la brecha de desigualdad, coinciden en el objetivo: defender la cohesión social para, entre otras cosas, frenar el avance de los populistas. Hay quienes hablan de un cambio de paradigma en el que de paso están alineadas instituciones antaño ortodoxas con el gasto como el FMI o la OCDE.
En el caso de la nueva Administración de Joe Biden no hay duda del carácter revolucionario de su política de gasto. No sólo en infraestructuras y en la transformación verde y digital de la economía, si no sobretodo por su agenda sin precedentes de gasto social. Marcada por el deseo de cerrar la brecha de desigualdad social que sitúa a EEUU como la economía occidental más alejada en todos los índices de bienestar social. Ya sea por la desigualdad en la renta como por los indicadores de la cohesión social tales como la esperanza de vida, el consumo de alcohol, la educación, la tasa de mortalidad infantil, la población encarcelada, el índice de homicidios, la movilidad social o el índice de obesidad. Son datos que se pueden extraer de las estadísticas de la OCDE y los departamentos de estudios económicos de varias instituciones financieras.
Al generoso paquete de gasto extraordinario por valor de 4 billones de dólares a añadir a los 900.000 dólares de su predecesor, cabe sumar los 6 billones de dólares de gasto que acaba de proponer en el presupuesto para el próximo ejercicio fiscal. Una apuesta expansiva en toda regla, con énfasis en las ayudas a las familias y las rentas más bajas. ¿Y qué hay de sus planes para subir los impuestos para sufragar este generoso gasto y mitigar el aumento del déficit público? Su propuesta no es en absoluto disruptiva de la actividad económica. Más bien pragmática. Pues ni en el caso del impuesto de la renta ni en el de sociedades supone superar los existentes con Obama, antes de las bajadas de impuestos de Trump. La Administración Biden confía en que el tirón de la actividad económica que resulte de sus macro planes de estímulo genere los ingresos fiscales deseados en el medio plazo.
En la UE, Italia, España, Portugal y Grecia tienen los índices más altos de desigualdad en la renta, aún así esta disparidad es un 40% menor que en EEUU. Y en cuanto a cohesión social, se sitúan en la media de la UE y desde luego muy alejados de los marcadores estadounidenses. En el reparto de los 750.000 millones de euros del fondo de reconstrucción NextGen aprobado por la UE, estos cuatro países, los más afectados por los recortes de la austeridad que se impusieron en la anterior crisis, van a ser esta vez los más beneficiados, especialmente Italia, que recibirá 210.000 millones y España, 140.000. Pero también son estos dos últimos los estados de la UE con el mayor agujero en sus cuentas públicas: cerraron 2020 con un déficit público del 11,8% y del 10,09% de su PIB, respectivamente. ¿Estaremos a la altura de la oportunidad que nos brinda esta nueva y más solidaria Europa para corregir los errores del pasado sin ahondar en estos desequilibrios? Las prioridades marcadas por EEUU y el pragmatismo de su política pueden marcar el camino. Tomemos nota… Siempre que la inflación nos lo permita.