THE OBJECTIVE
Pablo de Lora

Crónica de un sábado correcto en la España de 2021

«Paseo con sostenibilidad por el Retiro, descarbonizando en cada inhalación, aunque a veces me siento un poco mareado. Mientras echo trocitos de pan en el estanque y espero a que aparezcan los patos y las patas, no renuncio a ejercer una memoria democrática colectiva»

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Crónica de un sábado correcto en la España de 2021

Josefina Di Battista | Unsplash

Me levanté esta mañana frisando la hora valle, con ánimo constructivo, vocación de diálogo y mucho afán de superar viejos enfrentamientos.

Tras desayunar y ducharme, he dejado limpia de migas la mesa de diálogo, la lavadora en el ciclo que permite responder a los grandes retos que tenemos por delante como gran país que somos y me he reafirmado en la necesidad de coser las discrepancias, no ser rencoroso y confiar en que de todo se debe poder hablar.

Bajando las escaleras en una dirección de progreso saludé a mi vecino, sin querer dejarle atrás pero con plena convicción, al cruzar el umbral de mi portal, de que también me corresponde sumar esfuerzos para crear un nuevo marco de convivencia. Intentarlo al menos. Lo necesitamos. El vecino con su molesto perro me turba, pero me reafirmo en que su ladrido no puede suponer un obstáculo para la escucha activa.

Voy dando los buenos días a quien me encuentro y al tiempo voy reconociendo mis privilegios hegemónicos. A la quiosquera, negra racializada y vulnerabilizada, apenas si la miro. La quiero pedir perdón, pero ya eso se me antoja eurocéntrico. Callo, escucho y aprendo cuando me da el periódico y las vueltas. Pero no debo vanagloriarme siquiera de lo que me ha enseñado con su dignidad. Aún no me animo a preguntarle qué pronombre prefiere y si también a ella le alcanza el escudo social.

Paseo con sostenibilidad por el Retiro, descarbonizando en cada inhalación, aunque a veces me siento un poco mareado. Mientras echo trocitos de pan en el estanque y espero a que aparezcan los patos y las patas, no renuncio a ejercer una memoria democrática colectiva, y caigo entonces en la cuenta de que la ropa olerá a humedad cuando vuelva a casa.

La tarde se me hace perfecta para una digitalización que abra nuevas oportunidades para una transición justa para el conjunto de las plataformas. Salto de una a otra, de serie en serie, sabedor de que a mí también me corresponde que entre todos hagamos un uso responsable de la conectividad y la infosfera. A las personas estatales ruralizadas no se les puede hurtar el poder sumar en ese enorme desafío que supondrá pasar de la España vaciada a la España en la nube.   

He terminado el documental sobre arquitectas del paleolítico. «Queda mucho por hacer», pienso. Suena el timbre. Es Carmen. Viene de ver a mi suegro, de cuidar y ser también cuidada. Ha vuelto a casa imponiendo una nueva agenda de movilidad en el marco de la estrategia estatal de desplazamiento comprometida con una economía circular y feminista. Tengo que crear un nuevo clima de confianza pero su sudor parece resiliente. «Casi me la pego en la esquina por culpa del chucho del vecino», me grita desde el baño. «Polarizar con otras especies nos debilita», me digo.  

Volvemos a reunir la mesa de diálogo para cenar, sin venganzas ni revanchismos. «Tenemos que seguir tejiendo entre todos y todas una red de afectos que ponga en valor lo público», le digo a Carmen. Le sirvo la ensalada y le muestro que la tengo por una interlocutora válida en una democracia consolidada y homologable. «Hemos de acabar con los aspectos más lesivos de nuestra relación conyugal», le vuelvo a recordar mientras cenamos bilateralmente como corresponde, con toda normalidad como compañeros paritarios. «Se trata de pasar página. No debemos excluir a nadie en este espacio; se trata de convencer, estar nuevamente cómodos y reconocernos en la pluralidad y asumir nuestras interseccionalidades», le digo.

«Paco: ¿me estás proponiendo un trío?… Anda, saca ya la ropa de la cuerda que huele que echa para atrás y se nos echa encima la hora punta para la secadora».

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