¡Larga vida al Partido Comunista Chino!
«Deng Xiaoping, quizá el gobernante más inteligente de su tiempo, un tiempo en el que todavía no llegaba a la cumbre cualquier encefalograma plano con tal de que diera bien en televisión, descubrió el gran secreto para sacar a China de la miseria y el hambre maquillados por la retórica revolucionaria»
Deng Xiaoping, el dueño de los dos gatos domésticos más célebres de la historia, aquel blanco y su compañero negro a los que únicamente cabía apreciar por su dispar pericia en la caza de ratones, quizá el gobernante más inteligente de su tiempo, un tiempo en el que todavía no llegaba a la cumbre cualquier encefalograma plano con tal de que diera bien en televisión, descubrió el gran secreto para sacar a China de la miseria y el hambre maquillados por la retórica revolucionaria. En el fondo tan simple, la fórmula iba a consistir en implantar en el país la economía de mercado, si bien no respetando ninguna, absolutamente ninguna, de las reglas que regulan las relaciones entre entre países que comparten los principios de la economía de mercado. Una idea tan brillante y eficaz, la de Deng, que la Organización Mundial del Comercio se apresuró a prohibirla. De ahí que todo lo que hizo en su momento la República Popular China para sacar a su población de la miseria esté proscrito ahora mismo a fin de evitar que cualquier nación del Tercer Mundo cayese en la tentación de tratar de imitarlo. Pero antes de que hiciesen irrupción en escena el gato negro y el gato blanco de Deng, el único gato al que se permitirá vagar a sus anchas por la Ciudad Prohibida, y durante lustros, fue uno gris y noctívago que respondía por Mao.
También era ambicioso. Mucho. Tanto que, en el verano de 1958, se planteó como prioridad nacional absoluta que aquel rudimentario país suyo poblado por millones de campesinos paupérrimos superase, apenas en el plazo de 15 años, los niveles de producción de acero de Gran Bretaña. Que el país no dispusiese de ni un solo alto horno no debería ser un problema. Y es que todo aquel acero se iban a encargar de producirlo los campesinos en improvisadas instalaciones domésticas construidas por ellos mismos. La locura sería bautizada oficialmente como el Gran Salto Adelante. Convertido de modo súbito en un laboratorio experimental de la demencia, el país entero comenzó a llenarse de cientos de miles de pequeños hornos artesanales que serían alimentados con todo tipo de utensilios metálicos caseros – tenedores, cuchillos, cucharas, sartenes, cerraduras de puertas, arados… – para, tras fundirlos, obtener unas pequeñas bolas de forma amorfa a las que los responsables locales de la organización del Partido convinieron llamar «acero». La totalidad de los varones chinos sanos y en edad de trabajar se tenían que dedicar en cuerpo y alma a aquella actividad. Las mujeres, por su parte, se ocuparían, ellas solas y sin el auxilio de tecnología moderna alguna, del cultivo de los campos que debían producir el arroz y el grano necesarios para alimentar a toda la población del país. Todavía hoy no se sabe con exactitud cuántos millones de personas murieron. De hambre, huelga decirlo.
Pero lo peor, y con diferencia, todavía estaba por llegar. El primer anuncio se produjo el 16 de mayo de 1966, fecha del estreno en Shanghái de una ópera titulada Hai Jui expulsado del cargo. El tal Hai Jui había sido un personaje de la corte medieval represaliado por el Emperador, quien lo condenó a muerte por haber osado criticar su incompetencia como gobernante. Todo el mundo interpretó que la obra era un ataque directo a Mao. Y lo era. Aquella ofensiva reaccionaria contra el Gran Timonel será la excusa elegida por el propio Mao y por su esposa, Jiang Quing, para abrir la gran purga contra los intelectuales, solo el entremés de la muy inminente Revolución Cultural, un retorno colectivo a la barbarie protagonizado por jóvenes fanáticos y semianalfabetos que, sobre todo, odiaban a la cultura. Por algo los jefes de los guardias rojos procedían sin excepción de los estratos más bajos e iletrados de la sociedad china. Las estimaciones más conservadoras cifran en medio millón la cifra de los asesinados durante el periodo álgido del caos. Poco más de un año, pues tan pronto como en otoño de 1967 el propio Mao ya había cambiado de bando tras retirar su apoyo personal a la Revolución Cultural que él mismo había provocado. Para que luego digan de Fouché. Después, es sabido, llegó Deng con sus gatos. El próximo 1 de julio el glorioso Partido Comunista Chino cumplirá cien años. ¡Larga vida al Partido!