Locus iste
«Creo que Dios está esperando a que salgamos a recorrer pedestremente el mundo para dar rienda suelta a estas criaturas suyas, un poco destartaladas, para que se crucen en nuestro camino»
I
–Todo pesa cada vez menos en esta vida ya -me dice el pasajero que se acaba de sentar a mi lado en el autobús-, «menos los billetes, todo pierde valor».
Asiento con la cabeza y sonrío y sé que con este doble gesto he dado carta blanca a su deshilachada verbosidad. Ya no se callará hasta Hornachuelos. Habla de manera sentenciosa y grave, dejando entre frase y frase unos segundos de silencio en los que su mente parece irse a otro sitio.
–Si llueve y hace calor malo es para las chumberas. Eso es lo que no quieren ellas. Así que este año, pocos higos chumbos vamos a comer… Como dice el refrán… ¡Refranes hay tantos de verdad! … Mire usted, yo soy judío… Ahora se lleva la moda de eso, de presumir.
Suelta una carcajada que deja un rastro de risitas menguantes que se acaba desvaneciendo en un suspiro hondo.
–Jesucristo no presumía. Eso dice la Biblia. Porque nosotros no nos reconocemos en sus palabras… Hace cuatro horas que he salido de casa, verás cómo me reciben los perros…
El autobús reduce la velocidad al entrar en una curva cerrada y mi dicharachero acompañante se pone serio.
–¡Aquí se mató mi primo, el Joaquín! ¡Ahí abajo! Iba con la moto. Primo hermano mío. El camión se lo tragó. ¡Hay que ver! Era eso que llevaba una vespino, que iba a trabajar y le cortó la cabeza… Tengo amigos portugueses.
De repente se pone a cantar en voz baja, de repente deja de cantar, de repente suelta una carcajada sin ton ni son, de repente clava su mirada en el aire y se queda como ausente, de repente vuelve en sí y reanuda su perorata.
–Ahora viene mucho turismo a Hornachuelos. Quieren ver el Salto del Fraile. Yo salía, pero no salgo. Veo lo que hay que ver y ya está. Los pueblos conjuntamente fomentan el turismo. Pero yo recojo muchas latas de los turistas, que me da lástima de la Tierra. Así está el mundo lleno de basura y de tontería. Tengo yo una perra que la tenían para que peleara, con que así se gana la vida más de uno. A esos los iba a coger yo… Y, vamos, esa perra me la quedé yo… El humano se viste con lo que se viste y la naturaleza se viste con el amor de Dios. ¡Con lo que ama Dios la naturaleza y la vida! ¡Y también a mí!
Vuelve a cantar. Pasados unos minutos me señala el paisaje, que es un bosque geométrico de naranjos.
–¡Ni he andado yo por aquí ni nada…! ¡Y eso que me he criado en Barcelona! 40 años. También a usted lo ama Dios. Dios nos ama a todos más de lo que merecemos… El lunes sube la temperatura, por la capa de ozono.
Se ríe.
II
Creo que Dios está esperando a que salgamos a recorrer pedestremente el mundo para dar rienda suelta a estas criaturas suyas, un poco destartaladas, para que se crucen en nuestro camino. Nunca fallan. Todo lo que piden es un forastero que los escuche con atención.
III
El abuelo taciturno que sale de casa todos los días a las siete en punto de la tarde, apoyado en su bastón y vestido con un pantalón del chándal que le va grande y una camiseta de tirantes de baloncesto, amarillo fosforito, que le va aún mayor. Cada día nos cruzamos en la plaza y cada día me mira como pidiéndome, por favor, que le pregunte algo. Al final, cedo.
–¡Buenas tardes!
–¡Buenas tardes!
–¿Sabe usted dónde se coge el sendero de Pericuñarra?
–¿No irá usted a estas horas a meterse por esos caminos?
–Intento orientarme bien para recorrer mañana temprano el sendero de los Ángeles.
–Sobre todo, agua, mucha agua. ¿Quiere ver el Salto del Fraile?
–Esa es mi intención.
–¿Pues ve aquella casa?
–¿Qué casa?
–Mejor, sígame…
IV
–Buenos días- le digo al ermitaño que vive entre las ruinas del Convento de los Ángeles.
El hombre responde a mi saludo detallándome cómo recibió la llamada de Dios para venir a estos riscos a rezar y a ayudar a los caminantes como yo. Me añade que no cobra nada, pero que recibe sin problemas de conciencia la ayuda que le quiera dar, porque bien conoce Dios su miseria. Y en ese mismo momento decido ver en este hombre la reencarnación de aquel famoso Juan de la Miseria que pasó sus selectas penurias con tanto entusiasmo por estas tierras.
–El hermano Abdón, del monasterio de las Escalonias me ha dado su dirección. Me gustaría mucho visitar los lugares emblemáticos de los franciscanos de Hornachuelos.
–Sí, claro.
–Me pongo en sus manos.
–Póngase en las de Dios o en las de los hermanos de Escalonias que son unos benditos.
De esto último, doy fe. He pasado cuatro días a su lado levantándome a las 4 de la mañana para acompañarlos en sus cantos de vigilias y he acabado impregnado de la serena profundidad de la noche, coronada por una luna generosa y rota de vez en cuando por el reclamo del cárabo.
V
A las 6 de la mañana estoy caminando hacia San Calixto, el antiguo monasterio del Tardón. 18 kilómetros de ida y 18 de vuelta. Llevo unos 5 kilómetros de ruta cuando se para un coche a mi lado, animándome a que suba. Sin embargo, apenas les queda sitio en el interior.
–No se preocupe usted, que cabe.
Y, efectivamente, tras reorganizar milagrosamente el contenido, queda un hueco que ocupo feliz.
–¿Es usted sacerdote?
Y seguimos el camino sin parar de hablar. Son un carpintero y un pintor sevillanos que están reparando un cortijo cerca de San Calixto y me hablan de los colores de la primavera en la sierra. Al despedirnos me dan su teléfono, por si quiero regresar con ellos a Hornachuelos.
–No se le ocurra a usted ponerse a caminar a mediodía, con la que cae aquí, que se nos derrite.
Al despedirnos, uno de ellos me cuenta que aquí, en San Calixto, pasaron su luna de miel los reyes de Bélgica, Fabiola y Balduino. Les digo que estas son tierras que acogen con agrado a penitentes y a reyes y regurgitan a mediocres. Decido hacer el trayecto de vuelta a pie, para disfrutar de cada palmo del paisaje.
Muy por encima de los alcornoques recién corcheados planea majestuosa un águila imperial. Todo está en su sitio. Todo encaja.
VI
Una de las ventajas de caminar solo es que puedo cantar sin complejos, a pleno pulmón, lo que me apetezca y, desde luego, no me reprimo: «Locus iste a Deo factus est». Como decía el filósofo griego, para la mirada piadosa todo está habitado por dioses. ¿Y qué es la piedad, sino la sumisión gozosa a la grandeza?
VII
La vida monástica y el ejercicio del caminante solitario son dos formas distintas de realizar una misma utopía: la de vivir sin negociar. El monje sabe exactamente qué estará haciendo dentro de diez años a esta hora y eso es lo que quiere hacer; el caminante solitario puede hacer en cada momento lo que quiere hacer y por eso no sabe qué estará haciendo dentro de media hora.
Me callo en seco. Una cierva y su cervatillo están pastando en el borde de la carretera. Me miran de forma desinteresada y siguen a lo suyo. Donde está un ciervo está Ártemis y donde está Ártemis no anda lejos el dios Pan.
VIII
De vuelta a casa. Cada día me despierto, automáticamente, a las 4 de la mañana y salgo a mirar por la ventana la noche urbana, sin misterios.
Otro día les hablaré del Salto del Fraile y de su relación con el duque de Rivas y con Verdi, que hasta ellos llegó la inspiración de esta sierra.