De repente, este verano
«Hoy sabes que los veranos se terminan, pero a cambio te sorprende una pizca que todavía lleguen»
Si existe la eternidad, deberá parecerse a la sensación que te llenaba de niño al iniciar las vacaciones. Te esperaban juegos, biblioteca municipal, duchas con manguera en el patio de tu abuela, veraneo con papá y mamá en algún apartamento playero, bicicleta en la plazuela de debajo de casa, cine al aire libre, vacaciones Santillana, verbenas donde corretear entre parejas bailarinas, fresas recogidas por ti mismo, zarzamoras con que habías arramblado tú también. Te esperaban tantas cosas que la conclusión se hacía evidente: ese verano no podría acabar jamás.
Hoy sabes que los veranos se terminan, pero a cambio te sorprende una pizca que todavía lleguen. Se diría que hasta te sientes un tanto clandestino por volver a disfrutarlos. Definió el poeta Brines en tan solo tres palabras los estíos dichosos: «éramos solo tiempo». «Al modo inmerecido de los dioses», agregó.
Esa impresión de exceso, de abuso estival, quizá sea más común de cuanto sospechas. ¿De veras eras digno de que se te concediera otro verano? Ya sabes que lo dudan quienes se torturan las vacaciones con viajes compulsivos de programas apretados, que propiciarán su añoranza por el horario laboral. Ya sabes que lo dudó también otro poeta, Philip Larkin, en versos que tituló Madre, verano, yo:
A menudo los días de verano semejan
símbolos de una dicha perfecta
que no puedo soportar: Debo esperar
un tiempo menos audaz, menos rico, menos claro:
un otoño más apropiado.
Parecerá entonces que lo veraniego te coloca ante un dilema de la mayor relevancia: ¿de verdad ansías eso que llamas «felicidad»?
«Durante el verano serán alimento de aves de rapiña» afirma la Biblia de los malditos; en el otro extremo, así escribió Scott Fitzgerald de las bendiciones estivales: «Y entonces con el brillo del sol y las hojas que irrumpían de los árboles, igual que se expanden las cosas cuando ves una película a cámara rápida, tuve de nuevo aquella vieja sensación de que la vida comenzaba de nuevo porque era verano».
Y tal vez esa sea una gran respuesta para muchas cosas de estos meses.
«¿Por qué quieres acompañarme?». «Oh, bueno, porque es verano».
«¿De veras crees que puedes ser feliz?». «Claro. Porque es verano».
«Hoy no has escrito de todas las cosas serias y graves que están acaeciendo a nuestro alrededor, Miguel Ángel». «Cierto. Porque es verano».